Siempre hay alguien que conoce a alguien que habló una vez con alguien que estuvo allí y no sabe volver.
Entra el buscador con el casco color fuego bajo el brazo. Pide un blanco; lo liquida de un viaje. La moto espera fuera, paciente, potente, negra. Vuelve a ella, monta, la arranca. Es silenciosa, demasiado silenciosa. Se aleja entre susurros del motor.
-Esa burra vale un pastón.
-Más de 10.000 euros, seguro.
-Es para buscar el cobre. Está loco.
-Si tiene esa máquina, ya lo ha encontrado.
Una descripción del bar no nos llevará a ninguna parte. Está cuidado, sirve un café decente, enfría correctamente la cerveza y a los habituales no parece molestarles la calidad del vino. La tortilla y las rabas son aceptables. El dueño no se complica la vida.
-Os digo que sabe donde está el cobre-. Suena a afirmación mayúscula. La fonética tiene razones que el sonido no comprende.
La tertulia de un domingo de invierno al final de la mañana, poco poblada, permite mantener las ideas en el aire el tiempo necesario para saborearlas. No es comparable a una tertulia televisiva. De hecho, el televisor embrutece lo mínimo con vídeos retro latinos a volumen moderado. Lambada de invierno. Batucada helada.
-Si ya lo hubiera encontrado, no andaría por aquí.
-Tiene que sacarlo sin prisas. Disimulando.
Se cuenta hace tiempo que cientos de bobinas gigantes esperan el rescate en un almacén secreto del extrarradio. Circula una descripción del sitio homologada por la repetición, como las de las utopías, las islas con tesoros o los encuentros de los tres tipos. En todo caso, siempre hay alguien que conoce a alguien que habló una vez con alguien que estuvo allí y no sabe volver. Quizá también exista uno de esos planos sin coordenadas por los que se mata la gente.
Dicen que está en una de las muchas urbanizaciones que fueron empezadas y abandonadas durante la crisis, cuando hicieron explotar una burbuja de cemento invisible y no había refugios para la mayoría.
-¿Por qué no en un polígono industrial? Hay muchas naves vacías.
-Eso díselo al que lo guardó.
No faltan detalles. El lugar ideal es una especie de páramo con los comienzos de varios edificios, algunos con el esqueleto de ferralla completo, otros que se frustraron a diversas alturas. Pero del que importa apenas se distingue la base de hormigón, que forma una explanada perimetrada por penachos de cables embutidos en tubos de plástico y rodeada de yerbas de la pampa. El cubo enterrado guarda un sótano inmenso al que se accede por una escotilla. Luego, una cornisa sobre un abismo lleva a una escalera con peldaños de metal y sin barandilla.
-Claro. Sin barandilla. Ni normas de seguridad ni hostias -dice el jubilado-. Con menos motivo hacíamos lanzapetardos con tubos de radiador…
Al bajar, los escalones vibran con resonancia de película de miedo y, aunque se lleve una buena linterna, el fondo tarda en aparecer. Cada paso da una nota más grave que el anterior hasta que, de repente, surgen sombras de bobinas de cobre de un metro de altura alineadas como huevos de alien. Todos los mitos guardianes, incluido el de la puerta de la Ley, se hablan entre ellos con los primeros destellos rojizos.
-Y eso, ¿quién coño lo ha visto?
-Las escondieron para especular. Eran stocks desviados. Aprovecharon el hueco.
-Pues, para ser un secreto, lo sabe todo el mundo.
-¿Qué más da? No se sabe dónde están. Para el transporte trajeron camioneros polacos. Les quitaron los gps y los guiaron de noche.
-Serían rumanos. El cobre lo curran los rumanos. Les subvenciona el gobierno las furgonetas y las usan para robar cables.
-Eso es mentira y tú eres un racista- dice el albañil transilvano.
-Y facha -afirma el jubilado-. Además, hablamos de cobre industrial.
-Los de por aquí que supieron algo del asunto, a veces se emborrachan y hablan; luego lo niegan; pero, si saben pistas sobre el sitio, no lo dicen ni con orujo en vena. Los untaron bien y tienen miedo. O piensan encontrarlo ellos algún día.
Según algunos, el almacén está vigilado por patrullas de matones a sueldo. Ex yugoslavos sin escrúpulos. Hay que tener cuidado con las gentes desesperadas de estados desaparecidos.
-Pues anda, que no hay gorilas aquí… Ponme una caña.
-Si alguien pillara eso, no se conformaría con una moto. Y no se quedaría paseando por el barrio.
-Creo que ha comprado un piso. Y se le escapó una vez que lo buscaba. Tiene que sacarlo poco a poco. Y no veas cómo viste la mujer.
-Lo dijo de broma. Y la mujer se apaña bien con cuatro trapos, como yo.
-Ella va ahora con una furgoneta blanca.
-Tiene una lavandería en negro.
-Qué chorradas dices. Antes me creo lo del cobre.
-Sí: van de noche por las bobinas en una furgona blanca. Para camuflarse, no te jode…
Todas las leyendas dialogan entre sí esperando hacerse verdaderas. El inquietante Borges señaló que ‘apócrifo’, antes de servir para tachar de falsos los evangelios no aceptados por el canon, sólo significaba ‘oculto’.