Había además vírgenes y ángeles de papel pintado, y un gran cuarto menguante colgado del cielo.
Fotografía de la Vaca de José Pérez Ocaña. | Hermandad de la Beata Ocaña
Allá por marzo del 83, fuimos muchos los visitantes de la exposición Incienso de José Pérez Ocaña en el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria (¡MAS!), que en aquellos tiempos sólo era el Museo Municipal de Santander y aún no se había arruinado. Fue entonces cuando se quedó la vaca de papel maché que ahora ha ardido con otras obras y muchos libros. El creador la donó junto a un óleo y una acuarela.
Había ambiente en la calle Rubio. La inauguración estuvo llena de progresistas de izquierdas y de derechas, activistas homosexuales que tenían recientes las leyes de peligrosidad social, santanderinos de toda la vida que, fieles al promontorio cultural, cumplían el rito de ir a todo lo que hubiera; incluso algún ex censor franquista disimulaba mal su complacencia ante el séquito de la que ha sido promovida como Beata Ocaña, la cual se exhibía locuaza (sic) entre actores (los que le habían secundado en Manderley, del cántabro Garay), artistas e intelectuales, toda la inteligencia de la transición local, ocurrencia fractal de la estatal, travestida o no, aunque la mayor parte no llegó a mutar hasta la separación de las esencias.
Había vacas, vírgenes y ángeles de papel pintado, y un gran cuarto menguante colgado del cielo y cuadros expresionistas suavizados mediante el naíf onírico de la tensión del arte calificado de degenerado por los que provocaron la mayor matanza europea del siglo XX. Flores, imaginería sacra popular, mucho color, música clásica, saetas y bengalas. La pirotecnia estuvo quizá demasiado unida a la vida de Ocaña, pero era parte inevitable de aquella fusión de impulsos.
He tenido que recurrir a este vídeo para recordar en qué pared, animándose a sí mismo con odas a la Macarena, pintó un mural que luego fue tapado o borrado. También se aprecian los sexos de los angelotes. Y palomas vivas sobre las cabezas de los santos orladas por nubes de sahumerios en la ensoñación protagonista del altar de papel elaborado por el oficiante.
La vaca perdida en el humo de un museo hoy hecho turíbulo ridículo de cenizas malolientes era parte de un conjunto que incluía una pastora. Quedó la vaca sola, sujeta a las intermitencias de una entidad sin capacidad para exponer la mayor parte de su colección. La vaca de papel parece un remedo del falso tótem cántabro, caído por los estragos de la desidia mientras un público que prefiere alimentar su apatía bosteza ante la propaganda.
En 1978, Ocaña había sido detenido en Barcelona por escándalo público y una manifestación en su apoyo había sido disuelta a porrazos. Como si pudiera haber escándalos privados y exhibirse en La Rambla pudiera ser uno de ellos. Un escándalo -delata la etimología- es una piedra con la que se tropieza. Es un concepto lleno de pleonasmos represivos.
La de Santander fue su anteúltima exposición. La última fue en San Sebastián. No sé si el santo flechado era uno de sus iconos, pero es el pseudónimo que eligió Oscar Wilde después de cumplir condena. Ocaña falleció en septiembre de ese mismo año. No resistió el incendio del disfraz de sol que se había puesto para una fiesta en su pueblo y aquí hemos perdido su vaca en otro incendio. Aquello fue un accidente: la farándula es a veces arriesgada; esto, lo del MAS, parece por lo menos una estupidez culposa.
Quedan dos cuadros suyos en el museo, un óleo y una acuarela. Espero que estén a salvo y localizados. Si el museo se reabre, sería una buena idea que los lienzos presidieran un homenaje. De paso, quizá se pudiera intentar recuperar el mural. El Archivo Ocañí afirma estar dispuesto a proporcionar material para una exposición de desagravio.