Santander 1906: un episodio violento

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Una tirada de dados
nunca
aunque se lance
en circunstancias
eternas
desde el fondo de un naufragio
abolirá
el azar

Stéphane Mallarmé

Las crónicas locales suelen presentar los llamados “crímenes del juego” o “del Huerto del Francés” como consecuencia de una época de matonismo, un encuentro violento entre gentes de mala vida que resolvieron sus rivalidades en un enfrentamiento que “se quiso politizar”. La política, en ese contexto, se define como una actividad ritualizada y ajena a incidentes que puedan desbordar el escenario y delatar el desorden del mundo oficialmente reconocido. Así, cuando los hechos iluminaron la escena, aunque la prensa más asentada en la normalidad criticó la tolerancia de las autoridades con los garitos y antros de vicios diversos, e incluso señaló, a raíz del incidente, que “medio Santander anda armado por la calle” y que no era la primera vez que bienpensantes ciudadanos habían expresado su preocupación, enseguida se procedió a la reducción del problema a una anomalía producida por un submundo desatado cuya vigilancia hubo que reforzar, por lo menos durante un tiempo. Casi con la misma cadencia que los actuales focos mediáticos, pasó la cosa y no hubo nada más allá de la represión inmediata y de algunos correctivos administrativos a la negligencia policial. Las consideraciones sociales quedaron, con un característico horror al análisis, fuera del marco habitual de exhibición de la ciudad, y así seguirían, tanto en aquel presente como en el futuro de autopromoción del promontorio de veraneo que ha llegado a nuestra época sin rupturas.

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Rogelio de Egusquiza, amigo de Richard Wagner.

Mírenlo donde quieran. Hay unanimidad. Rogelio de Egusquiza, expuesto ahora en/a(e)l MAS(1)MAS: Siglas inexplicables del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria. Enlace a la página de la exposición., era amigo de Wagner; no admirador, ni devoto: amigo. Y Wagner sólo tenía dos amigos españoles, tres a lo sumo, aunque uno era crítico musical, y no sé si eso cuenta. La amistad y la pasión eran conceptos laxos en aquellos tiempos postrománticos. Al fin y al cabo, ya hacía tiempo que Lord Byron había dejado de nadar. En el presente local, por otra parte, creo que se prefiere llamar amistad a lo que en otras circunstancia sería un seguidismo sectario.

Wagner. 1883. Aguafuerte. 45,8 x 35,3 cm

R. de Egusquiza. Wagner. 1883. Aguafuerte. 45,8 x 35,3 cm.


Alexandre Séon. Retrato de Joséphin Péladan (hacia 1892).

Alexandre Séon. Retrato de Joséphin Peladan (hacia 1892).

Egusquiza y Wagner se vieron en cuatro ocasiones. No consta que Egusquiza llegara al extremo de su gurú Péladan, que peregrinó a la casa del compositor vestido de sumo sacerdote o similar y la viuda, desconsolada pero enérgica, se negó a recibirlo de tal guisa. Pero fue a través de éste ocultista católico rosacruz, fundador de su propia secta y de su propio salón de exposiciones, como Egusquiza llegó a Wagner.

Me topé hace años con el retrato que le hizo Alexandre Séon al autonombrado en asirio Sâr Mérodack Joséphin Péladan. No sabía que estaba en aquel museo. No hubo nada deliberado en ello. Fue una aparición, una hierofanía, y suscitó en mí una reflexión profunda: “¡Le manda cojones!”, exclamé. La lectura de algunos fragmentos de su obra confirmó mi hipótesis. Pero no lo menospreciemos, ya que consiguió influir y reunir en sucesivas exposiciones a pintores de la talla de Khnopff, Moureau, Roualt, Bourdelle…, es decir, una parte muy significativa de lo que sería el movimiento simbolista. Todo en el santón encajaba con la tendencia de aquellos artistas a la grandilocuencia, la exaltación de una belleza deificada, sus islas pobladas por gárgolas y gigantes, sus pesadillas y sus tormentas. Su arte ha entrado en la iconografía de nuestro tiempo sin ningún problema y ha influenciado a los nuevos soportes y géneros: el cómic, el cine, los videojuegos, la fantasía y las formas más ligeras de ciencia ficción… La galaxia Marvel está lleno de Kundrys y Wottanes con dobles o triples vidas. Otra cosa es su soporte ideológico: “El hombre es un animal artístico al servicio de Dios; no hay otra belleza que Dios”, decía Péladan mientras capitaneaba la oposición al realismo y al naturalismo: Zola, narrador de luchas de clases, mercados, burdeles y banqueros, era uno de sus demonios principales, la antítesis de sus preceptos sobre la naturaleza del artista verdadero, que, según él, “es el que posee la facultad de sentir, mediante la contemplación, el influjo celeste del verbo creador con el fin de hacer de ello una obra de arte”.

Luis II de Baviera. 1893. Aguafuerte. 47,5 x 36,8 cm

R. de Egusquiza. Luis II de Baviera. 1893. Aguafuerte. 47,5 x 36,8 cm.

Todo parece indicar que Egusquiza se planteó alcanzar ese objetivo tanto como vender cuadros, pero decidió hacer ambas cosas a partir de los sonidos y la escenografía de un tercero. No parecía llamado a crear un universo propio, así que se convirtió en amigo de Wagner, un amigo extremo y distante, lo cual quizá aumente el mérito de ambos, aunque no sé si incrementa la universalidad del sajón tanto como la dependencia estética del santanderino. Creo que Wagner es impermeable a esas cosas, pero, como muchos no iniciados, no me atrevo a hablar de él en serio ni siquiera desde que Coppola, con ayuda de Conrad (esto empieza a parecerme un name-droping detestable), puso la cabalgata de las valkirias en el lugar que le corresponde: un helicóptero oliente a napalm. No sé si aquí hay valkirias (en este paréntesis hagan si quieren los chistes sexistas y raciales que consideren oportunos, sin olvidar rendir homenaje a Woody Allen y la invasión de Polonia), pero, en esta tierra de torcas, los nibelungos musgosos parecen salir de sus minas cíclicamente coreando “Egusquiza era amigo de Wagner” y “Luis II de Baviera no estaba loco”. Creo que lo segundo es más cierto que lo primero. Luis II aparece en los grabados y pinturas de Egusquiza mucho más delgado que en la fotografía de Joseph Albert, quizá porque un rostro rollizo sugiere un mejor destino.

Luswig II de Baviera fotografiado por Joseph Albert en 1886.

Luswig II de Baviera fotografiado por Joseph Albert en 1886.

Se me ocurre que no fue bueno para el arte de don Rogelio su descubrimiento de Wagner. Claro que no podía descubrir a Aline Masson, a la que retrató, porque ésta ya ocupaba el corazón, el lecho y los cuadros de Raimundo Madrazo, pero nada le impedía seguir por ese camino. También tenía a la acuarelista de abanicos. En la exposición casi se enfrentan ésas dos mujeres (de las que la pátina romántica deja vislumbrar una carnalidad que, sospecho, no gustaría a los ideólogos que influyeron al autor) a la supuesta “vida” de Tristán e Isolda. Ni la modelo de moda ni la artesana fatigada parecen ir a sucumbir en un arrebato a la vez heroico, erótico y, llámenme loco, asexuado con veladuras inverosímiles y el mecanicismo de un Zeus aburrido. La pareja brumosa, por el contrario, aparece muy distante, pese al abrazo, como en plena decepción postcoital, presta sin embargo a emplear toda su pasión en convertirse en cadáveres mediante una ostentosa, crepuscular, tonante entronización de las leyes de la termodinámica (el horror, lo irreversible) que entonces debía de significar la complicidad absoluta del sino. Ese amor, sospecho, no buscaba el placer real, sino los relámpagos y trompeteos ansiosos que preceden a un acto tan preterido que sucumbe a la tristeza de la eyaculación precoz, lo innombrable, entre el atrezzo del paisaje atormentado con purpurina.

Acuarelista de abanicos. 1880. Óleo sobre lienzo. 75 x 50 cm

R. de Egusquiza. Acuarelista de abanicos. 1880. Óleo sobre lienzo. 75 x 50 cm.


Aline Masson. 1878. Óleo sobre lienzo. 78 x 63 cm

R. de Egusquiza. Aline Masson. 1878. Óleo sobre lienzo. 78 x 63 cm.

A pesar de su calidad como pintor y sus luces fluidas, el simbolismo wagneriano de Egusquiza nos resulta a algunos demasiado mimético de la impostura operística. Así que preferimos las pequeñas pasiones, alegrías y fatigas del pintor burgués, academicista todavía, tocado por el romanticismo, pero aún no embriagado por Parsifal. Puede que el wagnerismo lo salvara de la decadencia, pero me da la impresión de que recurrió a él como recurso para cumplir con las consignas de peladanes y rosacruces, profetas de la espiritualidad empeñados en desmaterializar el mundo y sumirlo en la belleza descarnada de los héroes. Como un hábil embajador del autocastrado Klingsor en su valle-trampa de tramoya.

Notas

Notas
1 MAS: Siglas inexplicables del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria. Enlace a la página de la exposición.

Una pequeña lección de asepsia en torno a la Escuela de Altamira

Está teniendo lugar en el Palacete del Embarcadero de Santander la exposición “En torno a la escuela de Altamira”. El matiz del título es sin duda oportuno si tenemos en cuenta que la escasa producción de la citada “escuela” ha hecho necesario ampliar el ámbito y el periodo con obras de movimientos relativamente próximos del mismo coleccionista y de una entidad pública cuya simple marca se postula como una panacea.

Según lo comunicado a la prensa, la exposición “pretende documentar el acercamiento al ‘arte nuevo’ internacional propuesto y estudiado en los encuentros de Santillana del Mar promovidos por Mathias Goeritz en 1949 y 1950, así como su vinculación con la cultura santanderina, el surrealismo y la abstracción hispana”. La muestra presenta las actividades que reunieron a un grupo de artistas, escritores y músicos(1)Alejandro Ragel, Alejandro Ferrant, Beltrán de Heredia, Ricardo Gullón (que ejerció de portavoz), Lafuente Ferrari, Sebastià Gasch, Rafael Santos … Continue reading como un esfuerzo por abrir una ventana estética que refrescase el viciado ambiente del franquismo. Sin embargo, tal perspectiva padece en mi opinión de la inmaculada concepción de la historia de “su” arte que suele caracterizar a esta región, con la capital al frente, por supuesto(2)Nótese por cierto la profesión de santanderinidad que hace la presentación del invento: Santillana y Altamira como adornos del salón capitalino; … Continue reading.

Hay una primera omisión que casi resulta anecdótica: a Mathias Goeritz lo pusieron fuera de España antes de que se produjera el primer encuentro, un mes después de haber presentado la declaración de principios de la “Escuela de Altamira”. En marzo de 1949, había dado un discurso de aceptación como miembro de la Academia Breve de Críticos de Arte que le había llevado a chocar con los expertos de periódicos y revistas de Madrid. Le retiraron el permiso de residencia y se fue a México(3)Resumen de la trayectoria de Mathias Goeritz.. Eso no impidió que su trabajo previo de síntesis definiera lo que luego sería la “Escuela”. Goeritz había aparecido en España en 1941, tras ejercer como delegado cultural del Consulado Alemán en Tetuán. Años después, los muralistas de izquierdas mejicanos, quizá dolidos por el éxito de su “arte sin conflicto”(4)Creo que merece mención la actualidad y rentabilidad del adjetivo “emocional” que aplicaba a su arquitectura., lo acusarían de tener un pasado filonazi(5)La relación de Goeritz con figuras destacadas del nazismo parece evidente: “Nuestro común amigo Goeritz”, en El Heraldo de Aragón.. Era un pintor y escultor de pulsiones cósmicas y doradas, espiritualista, que enseguida se había unido a los artistas españoles del interior (el inconsciente me impone recordar aquí a Max Aub y sus comentarios sobre “los que se quedaron”) para reivindicar un arte de vanguardia libre de elementos ajenos, fueran políticos o sociales. En las pinturas de Altamira veían un estado de pureza esquemática y dinámica que las liberaba de los traumas que habían lastrado el arte durante su viaje de milenios. Aunque tanto idealismo pueda parecernos beatífico, no fue difícil encajar esa visión esencialista en la actualidad de la postguerra española, de pronto afectada por una postguerra europea que exigía del franquismo un cambio de imagen.

El arte, según la Escuela, debía liberarse de las ataduras de los aconteceres mundanos y someterse a un proceso de “esencialización”, el mismo que podía encontrarse en los signos simples pero profundos que poblaban aquellas cuevas. Se abogaba por una plena limpieza de lo superfluo para ir “al grano” de las cosas, pero, por encima de todo, se hacía un llamamiento al ensimismamiento del artista, algo que debía sonar estupendamente en los oídos de la clase dirigente(6)Marzo, Jorge Luis. Arte Moderno y Franquismo. 2006..

Los falangistas Vivanco y Rosales estaban de acuerdo, por supuesto, y Ricardo Gullón, aunque expresaba su temor al “surrealismo comunista y anticristiano”, comprobó aliviado que sólo se aceptaba en sus versiones abstractas y aligeradas. El mismo Gullón puede servirnos para introducir otro asunto cuya consideración oficial parece no haber cambiado desde aquellos tiempos:

Gracias al mecenazgo de don Joaquín Reguera Sevilla, Gobernador civil de Santander, persona en quien artes y letras encuentran constante protección y amistad, pudo celebrarse la primera reunión de la Escuela(7)Gullón, Ricardo. Primera reunión de la Escuela de Altamira.

Aunque las cosas siempre pueden contarse de otro modo:

La Escuela de Altamira, en realidad, hubiera pasado probablemente sin pena ni gloria a las páginas de los libros de arte si no fuera por un hecho de gran trascendencia(…): despertó el interés del poder. Más en concreto, de determinadas figuras dentro de él: personajes que, a la postre, tendrían un papel fundamental en la legislación sobre la vanguardia y en la capacidad del sistema de sacarla adelante. El grupo de Altamira pudo desarrollar sus jornadas gracias a un cierto respaldo económico y, sobre todo, a la buena disposición de Reguera Sevilla, entonces gobernador civil de Santander. Estamentos poderosos daban cierta carta de naturaleza a pesquisas artísticas, con claras vinculaciones internacionales y con un ánimo de proyección más allá del estricto círculo de interesados. La participación, entre otros adeptos al régimen, del poeta falangista Luis Felipe Vivanco, dio una cobertura en los medios culturales oficiales que no pasó desapercibida en órbitas de más altura política (…).
[Fue pues] un nuevo paso en la escalada del régimen por ofrecer apoyo a aquellas iniciativas culturales que pudieran transformar tanto la imagen externa del país, como las posibles reticencias de una clase burguesa demasiado hipócrita con las ñoñerías del academicismo franquista(8)Marzo, Jorge Luis. Op. Cit..

La “Escuela” tuvo, eso sí, un encaje útil en un evento propagandístico de mucho más calado y duración: el llamado “Avance Montañés”, una exposición que recogió y magnificó los logros de la reconstrucción de la provincia de Santander desde la guerra, con un tratamiento especial para la de la capital desde el incendio del 41. El apartado cultural del gran libro ilustrado que se publicó al año siguiente está dedicado al texto triunfal de Ricardo Gullón sobre el primer encuentro, y en él plantea sus objetivos de crear un museo para exponer las obras de los miembros y una residencia de artistas. Todo lo cual, como se sabe, quedó en nada. Dan ganas de pensar que el apoyo entusiasta de Reguera Sevilla estaba en función de su utilidad para el “Avance” y que, pasado éste, el interés se disolvió(9)El Avance Montañés. Libro sobre la exposición del mismo nombre. Gobierno Civil de la Provincia de Santander. Editorial Gráficas Valera. … Continue reading.

Lo que fue una actividad oportunista desarrollada dentro de un panorama de gobernadores civiles consignados (similares actividades tendrían lugar en muchos otros recién descubiertos “promontorios culturales”) tuvo, pues, escaso éxito. La entonces provincia no daba mucho de sí; sus aportaciones no justificaban los viajes de figuras reconocidas que ascendían en otros sitios. Poco después vendría Fraga a poner en marcha con mayor eficacia una política de iguales intenciones, centralizada, asociada al desarrollismo y en mejor coyuntura internacional.

Ante este panorama, no deja de ser significativo que algo de tan poca entidad tenga tanto predicamento: se cuentan tres exposiciones muy parecidas en cinco años, sin contar múltiples actividades relacionadas. Se explica en parte, claro está, por la querencia ideológica de los que detentan el poder en las instituciones implicadas de nuestro incomparable páramo, pero más aún por la necesidad de justificar con un contenido sobrevalorado un continente surgido sin ninguna demanda social de una red de relaciones personales (los gurús y la burocracia culturales que preconizan el advenimiento del Archivo Lafuente necesitan visibilizar su epifanía más allá del no muy popular marchamo del Museo Reina Sofía) y, todavía en un nivel más alto, la de ambientar ese gran proyecto de ” economía del ocio” que, sostienen, tan bien complementará la política hostelera y gentrificadora (en su versión más injusta por depredadora y clasista) que ya tenemos encima y que, sospecho, tiende a la conversión de la fachada de la ciudad en una vitrina de metacrilato.

Pequeña lección de asepsia, pues, en la tradición de prestigiar un régimen (o, en este caso, la rancia vocación de una capital que parece empeñada en separarse de su hinterland y ser autosuficiente con un espectáculo anular sin ciudadanos) mediante la elaboración de un mito artificial, elitista y tan edulcorado como el pseudoprimitivismo de aquellos escolásticos.

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Miembros de la Escuela de Altamira en el balcón del Ayuntamiento de Santillana del Mar. La fotografía no está en la exposición. La Escuela de Altamira. Gobierno de Cantabria, Santander, 1998, D.L. SA-503-1998

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Notas

Notas
1 Alejandro Ragel, Alejandro Ferrant, Beltrán de Heredia, Ricardo Gullón (que ejerció de portavoz), Lafuente Ferrari, Sebastià Gasch, Rafael Santos Torroella, Luis Felipe Vivanco, Pancho Cossío, Llorenç Artigas, Joan Miró, Willie Baumeister, entre otros.
2 Nótese por cierto la profesión de santanderinidad que hace la presentación del invento: Santillana y Altamira como adornos del salón capitalino; un salto de gigante por encima de toda la historia regional, que debe de ser otra historia.
3 Resumen de la trayectoria de Mathias Goeritz.
4 Creo que merece mención la actualidad y rentabilidad del adjetivo “emocional” que aplicaba a su arquitectura.
5 La relación de Goeritz con figuras destacadas del nazismo parece evidente: “Nuestro común amigo Goeritz”, en El Heraldo de Aragón.
6 Marzo, Jorge Luis. Arte Moderno y Franquismo. 2006.
7 Gullón, Ricardo. Primera reunión de la Escuela de Altamira.
8 Marzo, Jorge Luis. Op. Cit.
9 El Avance Montañés. Libro sobre la exposición del mismo nombre. Gobierno Civil de la Provincia de Santander. Editorial Gráficas Valera. Santander, 1950. Sobre la trayectoria política de Joaquín Reguera Sevilla: Sanz Hoya, Julián, La construcción de la dictadura franquista en Cantabria: instituciones, personal político y apoyos sociales (1937-1951), Santander: PUbliCan, Ediciones de la Universidad de Cantabria; Torrelavega: Ayuntamiento de Torrelavega, 2009.

En el mercado de Brive-la-Gaillarde…

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…, según cuenta Georges Brassens en una de sus canciones más celebradas, Hecatombe (1953), un altercado entre mujeres acabó en una batalla con los policías, que sufrieron una humillante derrota. Nunca se ha comprobado que tal hecho tuviera lugar, y parece ser que el nombre del pueblo fue elegido por una cuestión de consonancia, pero la ciudad de la Corréze ha alimentado desde entonces las leyendas. Sin rencor, la Gendarmería accedió en 1982 a que el Ayuntamiento le diera el nombre del cantante al mercado, que ya antes de ser famoso por la música lo era, y sigue siéndolo, por su tamaño y la cantidad de productos que ofrece.

Pongo una interpretación de Brassens de 1972 y la letra de la canción con una traducción en prosa porque prefiero sacrificar la rima que la gracia.


Hécatombe
Au marché de Briv’-la-Gaillarde,
A propos de bottes d’oignons,
Quelques douzaines de gaillardes
Se crêpaient un jour le chignon.
A pied, à cheval, en voiture,
Les gendarmes, mal inspirés,
Vinrent pour tenter l’aventure
D’interrompre l’échauffouré’.

Or, sous tous les cieux sans vergogne,
C’est un usag’ bien établi,
Dès qu’il s’agit d’rosser les cognes
Tout l’monde se réconcili’.
Ces furi’s, perdant tout’ mesure,
Se ruèrent sur les guignols,
Et donnèrent, je vous l’assure,
Un spectacle assez croquignol.

En voyant ces braves pandores
Etre à deux doigts de succomber,
Moi, j’bichais, car je les adore
Sous la forme de macchabé’s.
De la mansarde où je réside,
J’excitais les farouches bras
Des mégères gendarmicides,
En criant: “Hip, hip, hip, hourra!”

Frénétiqu’ l’une d’ell’s attache
Le vieux maréchal des logis,
Et lui fait crier: “Mort aux vaches!
Mort aux lois! Vive l’anarchi’!”
Une autre fourre avec rudesse
Le crâne d’un de ces lourdauds
Entre ses gigantesques fesses
Qu’elle serre comme un étau.

La plus grasse de ces femelles,
Ouvrant son corsag’ dilaté,
Matraque à grands coups de mamelles
Ceux qui passent à sa porté’.
Ils tombent, tombent, tombent, tombent,
Et, s’lon les avis compétents,
Il paraît que cett’ hécatombe
Fut la plus bell’ de tous les temps.

Jugeant enfin que leurs victimes
Avaient eu leur content de gnons,
Ces furi’s, comme outrage ultime,
En retournant à leurs oignons,
Ces furi’s, à peine si j’ose
Le dire, tellement c’est bas,
Leur auraient mêm’ coupé les choses:
Par bonheur ils n’en avaient pas!
Leur auraient mêm’ coupé les choses:
Par bonheur ils n’en avaient pas!

Hecatombe
En el mercado de Brive-la-Gaillarde, con unas cebollas por pretexto, unas docenas de valientes mujeres se tiraban un día de los pelos. A pie, a caballo o en coche, los gendarmes, mal inspirados, vinieron a intentar la aventura de interrumpir la refriega.
Sin embargo, en todas las tierras con vergüenza, es una costumbre establecida que, cuando se trata de atizar a la madera, todo el mundo se reconcilia. Las furias, sin medida, se abalanzaron sobre los muñecos, y os aseguro que dieron un espectáculo bastante entretenido.
Viendo a esos bravos guripas a dos dedos de sucumbir, yo la gozaba, porque aprecio verlos en forma de fiambres. Desde la buhardilla donde vivo, animaba a las fuerzas salvajes de las arpías gendarmicidas gritando: “¡Hip, hip, hip, hurra!
Una de ellas, frenética, se encariña con el viejo sargento y le hace gritar: “¡Abajo la pasma! !Mueran las leyes! ¡Viva la anarquía!”. Otra se enfunda con rudeza el cráneo de uno de esos patosos entre sus gigantescas nalgas y las cierra como un cepo.
La más gorda de estas hembras, abriendo su dilatado corsé, aporrea con las ubres a todos los que se ponen a su alcance. Ellos caen, caen, caen y, según opiniones competentes, parece que esta hecatombe fue la más bella de todos los tiempos.
Estimando por fin que sus víctimas ya llevaban suficientes tortazos, las furias, como último ultraje, volviendo a sus cebollas, esas furias, apenas me atrevo a decirlo de lo infame que es, les hubieran cortado sus atributos, ¡pero por suerte no tenían!

El Ateneo Popular de Santander vuelve a la historia

Acaba de aparecer el libro Ateneo Popular de Santander(1)Editado en papel por le editorial Librucos. Se puede descargar en formato PDF en el sitio web del Centro de Estudios Montañeses., de Fernando de Vierna. Se trata del resultado de un largo trabajo de investigación sobre la que fue, como señala el autor, la principal entidad socializadora de la cultura que ha habido en Cantabria.

La idea de que un libro venga a llenar un vacío intolerable está aquí totalmente liberada del carácter tópico que suele tener en este tipo de presentaciones. No se trata de un vacío simbólico; carece del atenuante de la metáfora fácil: el borrado de las huellas y la suplantación del Ateneo Popular son fenómenos tangibles que resultan del protocolo de olvidos y ninguneos tramado primero con tosquedad cuartelera por el franquismo y luego adaptado a las maneras suaves con que la llamada Transición (nombre de un período deliberadamente inacabado) apartó todo lo incómodo.

Portada

Ya durante la dictadura se elaboró la leyenda de Santander como un promontorio cultural de excepción que con el tiempo los cronistas con audiencia oficial han querido exculpar como moderado e incluso liberal. Ese diseño falaz no ha perdido actualidad; sigue encaramado al escenario político y social mientras la experiencia cultural republicana que de verdad vino a implicar a las bases sociales quedó sepultada por la fuerza física y por el decorado que las élites militarmente dominantes crearon a imagen y semejanza de la ciudad imaginada. Décadas de miedo y adoctrinamiento sin réplica (o, ya en tiempos recientes, con las réplicas marginadas por unos medios herederos y otros acomodados) fijaron en la sociedad santanderina la idea de que el periodo republicano fue un lapso estéril. El libro de Vierna viene a contrarrestar esa perpetuación del olvido mediante una minuciosa investigación que recoge y analiza la historia de la entidad.

Logotipo del Ateneo Popular de Santander

En la calle Gómez Oreña, esquina a Pedrueca, estuvo la última sede (y la única propia, inaugurada en febrero de 1937) del Ateneo Popular de Santander (1925-1937). El edificio, planeado por el arquitecto republicano Deogracias Mariano Lastra, fue construido con las aportaciones de los socios. Los obreros trabajaron gratis. En un período histórico en el que las fuerzas del trabajo empezaban a confluir con las de las ciencias y las artes, eso no resultaba sorprendente: era la respuesta a una necesidad creada por el propio funcionamiento de una institución surgida para corregir las desigualdades culturales y educativas generadas por las injusticias sociales, es decir, por las desigualdades económicas, un ateneo de amplio espectro en el que colaboraron en mayor o menor medida todas las personalidades del panorama sociopolítico que, tras haber creado las condiciones para la instauración de la II República, habían dado lugar al Frente Popular. Un buen número de intelectuales y profesionales y la parte más avanzada de la burguesía, asfixiada por décadas de revolución liberal pendiente, se unieron al proyecto con entusiasmo. El hecho de que fuera una asociación que rehuía el activismo político directo y no tenía una definición política específica dice mucho del trasfondo social que lo había puesto en marcha: no era un órgano de creación de conciencia, sino la consecuencia de las demandas de una sociedad en ebullición. La cantidad de materias educativas y actividades que abarcaba y de participantes en ellas, y los criterios científicos y avanzados con que eran tratadas, todo ello detallado en la obra de Vierna, lo demuestra.

Saqueado en agosto de 1937 cuando las tropas franquistas entraron en la ciudad, fusilados, encarcelados o exilados sus impulsores, el edificio fue despacho del falangismo, pasó años de abandono y fue ocupado por el Ateneo de Santander, ente desprovisto de popularidad que había competido desde la reacción con el Ateneo Popular (a pesar del poder adquisitivo de sus socios, exigía las mismas subvenciones públicas) hasta que los golpistas consiguieron acabar con la democracia. Allí sigue el Ateneo ultraconservador (si a alguien le parece fuerte el término, lo invito a repasar su programa de actividades, de consumo interno para élites profesionales y confesionales cuando no puramente propagandístico) como emblema autocomplaciente del movimiento que liquidó por la fuerza el proyecto de ilustración popular.

Por suerte, a veces aparecen trabajos como este para mostrar qué sedimentos asfalta la tupida fachada local.

Notas

Notas
1 Editado en papel por le editorial Librucos. Se puede descargar en formato PDF en el sitio web del Centro de Estudios Montañeses.

Preocupación por X (diario trivial)

Lunes
Mi amigo X (no es el mismo X de otras historias) nos tiene algo preocupados. Hace poco vio por séptima vez la película Inglourious Basterds, de Quentin Tarantino, y comentó en la pseudotertulia que había descubierto matices insospechados. “¿Qué matices?”, preguntamos. De momento, no quiso dar explicaciones, pero poco después empezó a hablar de objetos contundentes. “He visto en Discovery cómo se hacen los bates de béisbol”, dijo. Hoy no ha venido. Llueve, pero la lluvia no justifica la ausencia.

Martes
Últimamente, el dueño de la cafetería ha subido el volumen de los telediarios. Es un hombre muy conservador. Tiene la pared llena de postales que se ha enviado a sí mismo durante años de vacaciones. Algunas tienen los tonos perdidos del tecnicolor, otras son montajes de tópicos. El plastificado de muchas se ha ido lignificando. El plástico fosiliza mal. Casi todas las de los últimos diez años proceden de cruceros por el Mediterráneo. Hasta hace tres o cuatro años, cuando la radiografía de los quince días de cierre anual empezó a volcarse hacia el interior de la península. Hoy no llueve.

Miércoles
Me he topado con la mujer de X. Se ha sorprendido de verme en la calle en horas de trabajo. Yo había salido a tramitar un requerimiento bastante penoso, pero ella se ha asustado y, sin pensarlo, me ha preguntado si yo también estoy en paro. La he visto mirada de loca. Me ha entrado miedo. Apenas he respondido que no, que qué tontería, como quien hace un ritual vudú.

Jueves
La calle ha perdido actividad. O quizá es una sensación inducida por los telediarios. Es la calle de un cuadro naif (tendero asomado a su puerta, niño con aro, adolescente con velocípedo, renovera tirando de burro tozudo, limpiacristales con escalera al hombro a la que se ha subido un simio con sombrerito de botones de hotel) en la que todo está tan en su sitio que da miedo. La trampa se descubre al comprobar que la pianola (el lugar natural del mono) sigue sonando cuando el hombre de los bigotes vestido de bañero de baños de ola deja de darle vueltas a la manivela para perseguir a su mascota y socio.

Viernes
“No encuentran a X por ninguna parte”, explica el barman.
Pero, de pronto, llega X, como si nadie lo hubiera echado nunca en falta.

Santander, paréntesis de la mar

Que si hay que estar al nivel del Centro Botín. ¿Pero qué nivel? ¿Alguien sabe […texto autocensurado].
Un mirador para mirar lo que tapa, por cierto.

Serrón.

Ahora que resulta evidente que el edificio invisible va a obstruir la serena contemplación de la bahía, conviene insistir en señalar la tendencia local a ocultar la recreación espontánea ante el mar, la mar (pongan el sexo que prefieran, pero no exageren el género salino), como si tal acto, que en su día acompañó, sin duda, el momento fundacional de la ciudad (calma intermareal interrumpida, es cierto, por saqueos de hérulos y concesiones de abadengos con diezmo de la pesca, portazgos y pontazgos) tenga ahora que ser subsumido en el uso de arquitecturas que sólo permiten la observación desde los egos de sus arquitectos y patrocinadores. Desviando la brisa, claro, y poniendo en lugar del olor yodado el movimiento solar erróneo de una animación proyectada en el interior de un contáiner. Sí, esa en la que la luz parece venir de todas partes para negar la sombra que proyectará el monstruo. Ensimismamiento arquitectónico que encima desgrava. Entre paréntesis, diré que somos gilipollas. Bueno, se me olvidó el paréntesis. Desde fuera, ejercen de murallones, parapetos de la misma escuela de rompesendas, mientras llenan el interior con el paisaje robado. El chiste es fácil, pero inevitable: el paisaje es el botín (pero la corrección quiere que sea un honor, ni siquiera un rescate o la dote de la ciudad en boda de conveniencia) del Centro Botín, desde cuyo interior se verá muy bien la bahía, como desde un escenario-hornacina decorado con los conceptos y las formas del arte contemporáneo más ultraliberal y caro, un circo para la vista, con toboganes, neón y prosas autojustificativas (a los palanganeros culturales de toda laya les sudan los bolis de gelatina índigo con el logo de la llama blanca sobre fondo, eso sí, rojo corbata), dejando para el exterior un ambiguo tornasol: no creo que haya color más hortera que un blanco de pretensiones irisadas. Para mirar hay que entrar, dicen los teóricos de los espacios apropiados. O subir, como a la duna de Zaera, a la que la prensa ufana llamó “grada de España”, pero que ni siquiera es de Gamazo, y que obstruye la mirada a la mar desde el dique, ahora plaza con proyecto de asador incluido, es decir, futura terraza que hace hostelería de la arqueología industrial y separa la obra civil de su memoria de trabajo y mar. Aquí, para mirar el paisaje que tan bien trazó Hoefnagel, hay que subirse a un galpón de líneas metálicas, yerba falsa y triunfalismo trilero de un mundial cuyas cuentas no cuadran, pero que iba a ser al tiempo panacea y púlpito de epifanías. Porque, al parecer, para contemplar los mecanismos de la historia, éstos deben ser acolchados con tarima flotante y olor a churrasco, y siempre ha de haber cerca una mala imitación, sea de un museo de éxito, de una moda gastronómica o de una donación mediocre con nombre prestado. Creo que dadá pasa de la fuente y del bling bling con que los candidatos pasean en bicicleta (todos nosotros malvados electores esperamos que resbalen en el verdín sssflusss platch mierda de perros), se mojan los pies y dicen que se mojan, se reclaman de la diferencia, la exclusión o el éxito y hasta piden compasión por abusar del maquillaje azul impasible hielo de los que saben que siempre gana la banca. La mar cada vez recomienza con más dificultad (Valéry no te rías, no tiene ninguna gracia), cada vez es más difícil reiniciar la recompensa de la calma aun sabiendo que ahí sigue, estuchada como unos gramos de azúcar en ración de cafetería del Paseo de ese Pereda al que han tintado los jardines de un gris cielo viscosa. Y una pasarela del mismísimo cemento (encargarán un mural pijohipster a los equipos de emergencia creativa, seguro) en algo que nadie se atrevería a llamar lontananza: y una mala excusa para la escusa. De los ensanches inacabados pasamos directamente a las viviendas fortificadas y ahora planifican una ciudad fantasma gigante mientras los moradores (bella palabra olvidada en las colmenas) huyen cada vez más lejos para dejar hueco a los súbditos-clientes. Muchos huyen de verdad. Otros sueñan y votan porque se creen en el mejor de los mundos aburridos. Unos pocos protestan sin entusiasmo. Qué bahía más bonita, claman, qué montañas, qué nubes, qué calima. Qué pena no tener acabado el Cerco Cultural para culminar ya el prodigio con algún nuevo macroenlatado urbanístico.

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