Eric Hobsbawm consideraba que los siglos debían ser definidos como unidades históricas superpuestas a la datación matemática. Así, el siglo XVIII fue un “siglo largo” que empezó con la Revolución Francesa en 1789 y acabó con la derrota de Napoleón en 1815; el XIX acabó al estallar la I Guerra Mundial y el XX sólo duró de 1914 a 1991(desaparición de la URSS). Llevamos, pues, más de dos décadas del XXI y, en efecto, tengo la sensación de que este siglo ha comenzado alargando el íncipit como un relato sobre un durmiente que despierta y tarda en reunir valor para desperezarse. A la manera humorística de Kafka, por supuesto.
Archivo del Autor: Rafael Pérez Llano
La carreta del vendedor de biblias y crecepelo
Recientemente se ha celebrado en nuestra localidad un evento que se presentaba como “Foro orientado a profesionales del sector de las redes sociales, comunicación online, e-Commerce, así como emprendedores digitales”. Al parecer, era el “acto social media” más importante del Norte de España. Lo patrocinaba y publicitaba con muchos vídeos y fotos el diario local de más difusión. Los asistentes (entre los que no faltó uno que se permitió citar a Orwell, confundiendo quizá el Ministerio de la Verdad con el de la Rentabilidad del Cliché) fueron emitiendo a las ondas una serie de consignas que, en mi opinión, constituyen un buen muestrario de la persistencia de la charlatanería tradicional y del estilo de los predicadores entre los vendedores de teléfonos, tarifas y rituales para la invocación de providencias. He aquí una pequeña selección.
Las estaciones en el consultorio de la pitonisa
Para que se produzca el fenómeno adivinatorio parece imprescindible evaporar los límites con un fuerte claroscuro.
Caravaggio, sin embargo, queda lejos.
En el centro, una lámpara emite un fuerte cono de luz que envuelve una mesa camilla y expulsa el resto de la habitación hacia la penumbra.
En un rincón, sobre un velador abandonado en una llanura prehistórica, arde una vela barata. La llama de parafina con esencia de sándalo sintético se refleja en una pecera de plástico que deforma los círculos de un pez rojo genéticamente modificado sin ningún éxito.
Los rostros de la cartomante y su cliente entran y salen en el espacio iluminado siguiendo la cadencia que marca la monótona entonación de las palabras.
La visitante se acoda en la mesa como suele hacerlo en su ventana los atardeceres de todas las estaciones. La ventana y las tardes son sus más preciadas posesiones, por no decir las únicas. Se asoma en primavera y la brisa trae salitre y chillidos de gaviotas de la bahía y las nubes se disuelven dejando ligeras ansiedades. Se asoma en verano y la brisa se ha vuelto más pesada y los pájaros vuelan más despacio y en algún lugar, donde antes estaban las inquietudes, fermentan ahora flores húmedas. Se asoma en otoño como quien piensa en hojas y lluvia y escucha las hojas arrastradas y le parece que son las nubes las que suenan movidas por el viento. Y en invierno se asoma sólo en el espacio infinitesimal entre dos bofetadas de lluvia y casi siempre por una pobre rendija oscilobatiente.
La adivina mueve los brazos en una danza estudiada. Las manos, morenas de rayos uva, estilizadas por pequeñas arrugas simétricas, colocan las cartas con precisión pseudocientífica. Los naipes se deslizan entre los dedos para quedar expuestos ante la clienta en el tapete granate y brillan como si les hubieran dado vida y calor las uñas decoradas con margaritas blancas sobre fondo rosa.
La oración-interrogación sobre el porvenir comienza con un recuento del pasado. El examen de conciencia es la principal fuente de información del confesor.
La mujer le cuenta a la adivina todo lo que considera necesario para extraer las supuestas huellas del futuro y situarlas en un mapa mudo de miedo.
La historia no es larga, pero está repleta de cosas que no fueron y van cayendo sobre la mesa como las piezas que un relojero hará encajar en la maquinaria de la rutina. Un relojero aburrido: prólogo de terrazas de verano, epílogo septembrino, evidentes orgasmos que no nombra, resortes sin repuestos, variaciones cáusticas sobre las palabras “hombre” y “mujer” entrelazadas con referencias a la caza, la captura, la retención, el miedo, la furia, el deseo y el asco, consejos de las amigas, vocabulario obtenido de los programas de televisión que teorizan las relaciones amorosas con retórica redundante…
Empezaba el calor y encontré un hombre… Un calor asfixiante… Aquellas hojas que caían tan despacio… No recordaba un viento tan frío…
Tipo listo, aparentemente pasivo, vete y ven de vengo cuando me conviene que siempre te tendré ahí, y eso sí que no, eso sí que no, eso sí que no…
Las cortinas aletean un aviso de lluvia pero es improbable porque aquí parece que no pasa el tiempo en ninguna de sus acepciones, eternidad sin clima, amósfera sin analema.
Tipo guapo y renuente: territorio de límites variables por el que discurren ríos de sudor y semen de texturas y aromas idealizados que van girando en la prosa de la realidad probada, salada, viscosa, sucia, pero aún más deseado gracias a la obsesión que le proporciona el orgullo a la mujer sentada muy recta en su silla que le pide explicaciones a la pitonisa como si de pronto hubiera tomado la decisión drástica de conocer su destino y recibe una respuesta estafa (la que no se engaña, no se desengaña) que la va a devolver con un poco de dinero menos a esa calle de cualquier época del año.
Curso acelerado de reciclaje de basura urbana
El poder municipal comenzó una política de privatización de servicios que condujo a un fuerte endeudamiento que hubo que aumentar huyendo hacia adelante externalizando la planificación de gestión de la deuda mediante la contratación de tres consultoras no interdependientes dos asesorías coordinadas por una unidad técnica formada por profesionales contratados al efecto ya que ningún empleado público reunía perfiles tan complejos diseñados con la curiosa precisión que hizo que las contrataciones recayeran sobre individuos de todos conocidos responsables sólo en parte mínima de sus actos según dijo el fiscal un tiempo después pero no devolvieron ni un euro cuando la ciudad ya estaba atestada de bolardos cientos miles de bolardos definidos como una estrategia smart para dotarnos de la necesaria delimitación entre los espacios schengen, no, schroedinger, pero tampoco: stanford, que quede claro, semipeatonalizados (uno no sabe bien dónde está pisando sobre todo si llueve o hay perros en las inmediaciones) y lo que vendría a ser el espacio natural donde se resuelve la duda donde se accede con contraseña donde miles de bolardos grises oscuros nos protegen como barrotes del exterior pero no de las máquinas de limpieza con escobones rotatorios que más que limpiar reparten la mierda como otros comparten inmaculados beneficios qué os voy a contar que no sepáis beneficios impolutos basados en la polución giratoria y cara que esas figuras alargadas pretenden inútilmente contener naturalmente como los lujos caninos apenas peatonales apenas smart en una urbe gran cómplice más o menos cercano con su orden de encomienda adjudicada hasta el atasco complaciente del embudo del dinero.
Demérito
Por muchas banderas que desplieguen las identidades metafísicas, nuestros miedos sólo se alivian con presencias materiales.
Recuerdo un día de viento y lluvia, y no debo de estar muy equivocado porque los archivos meteorológicos señalan que el viento alcanzó una velocidad máxima sostenida de 64,8 km/h y se midieron 33 mm de agua por metro cuadrado. La temperatura media fue de 14,7 °C. Según el algoritmo de Zeller, era martes. Según la tradición, era el Día de Difuntos, el siguiente a un lunes festivo de Todos los Santos conocidos o no.
Pero sólo recuerdo la lluvia y, sobre todo, el viento y remolinos de hojas secas mojadas, quizá por culpa del mismo mecanismo emotivo que quiere que los hospitales tengan un poder de permanencia digno de las mejores catedrales góticas, en las que, por otra parte, también se cuidaba a los apestados y se daba pan blanco a los ardientes.
Bajé del autobús -no sé de dónde venía- y paré en el quiosco habitual. Todavía compraba periódicos de papel. Los remolinos levantaban de las páginas noticias atrasadas. Una mujer las borró todas de golpe. Hablaba con el quiosquero: “Que se caigan los hospitales es lo último”, dijo. “¿Qué ha pasado?”, preguntó otro recién llegado como yo. Y supimos que se había derrumbado el ala noroeste del edificio de Traumatología: cuatro trabajadores muertos y quince heridos.
Yo era todavía tan ingenuo que veía en ese hospital una de las pocas entidades realmente sólidas que constituían la región. Le pasaba a más gente. Lo decían, cada uno a su manera, con más desánimo que rabia.
Aunque había informes técnicos que advertían de desperfectos, no se encontraron responsables.
Desde aquel derrumbamiento de hace catorce años, el hospital ha permanecido demediado entre el ladrillazo, la especulación y esa crisis pintada con tintas milenaristas por quienes la han provocado al y para enriquecerse. Y ahora va a pasar a ser gestionado por manos privadas a cambio de completar la reconstrucción. La Comunidad que permitió que llegara a derrumbarse ha decidido no mantenerlo entre sus propiedades. Parece ser que no se va a destinar dinero público a reconstruirlo y hay que ceder al chantaje ya tópico de la privatización.
Sin embargo, ¿habrá dinero de todos para rescatarlo (la palabra idónea en estos casos de secuestro) cuando los gestores privados estimen que sus beneficios no son suficientes? Evidentemente, ya no será un servicio público, sino un negocio de una empresa que obtendrá sus beneficios de un servicio público. Especulará con un derecho fundamental y hará toda suerte de maniobras para ganar dinero, lo cual nada tiene que ver con el ahorro ni con la eficiencia sanitaria. Se moverá siempre en una tensión trilera entre las demandas sociales, la capacidad de los súbditos para exigir calidad, el ansia de riqueza de los propietarios y el servilismo de los políticos y gestores. La mano invisible liberal que amaña la partida pondrá cada cosa en su sitio: los pobres en las listas de espera y los ricos en los consejos de administración que gestionan impuestos y repagos.
Por lo visto, aquel 2 de noviembre de 1999, Cantabria dejó de merecerse un hospital público con el prestigio y la historia del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.
Realismo
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Desengañaos: septiembre es una erección de agosto.
Las leyes de la creación
Yahvé se impuso para crear el mundo un plazo de siete días, descanso incluido. Fieles a ese inicio, las religiones del Libro han seguido la senda de las constricciones y establecido su universo como un relato oulipista obligado a esquivar los atajos de la Física y el Deseo, a los que arrojan doctrinalmente a la nada de la página en blanco, al infierno de los textos exteriores o a la esclavitud unidireccional de las plegarias: una narración de la existencia cercada por las reglas de un literato cuyos límites, agotados por la amplitud desvelada del Cosmos y del Caos, no aceptan potencias nuevas del Verbo ni de la Carne.