La ciudad quiere un edificio que atraiga a los visitantes y guste a sus habitantes. Un edificio digno de contener espectaculares muestras de arte contemporáneo. Un edificio espectacular y contemporáneo.
El edificio espectacular y contemporáneo que está llamado a cambiar la pequeña y gran historia, que supondrá un cambio de modelo y la internacionalización de la ciudad, y del cual los ciudadanos se sentirán orgullosos, estará situado en un espacio céntrico y de alto valor paisajístico. Apegado al mar, iluminado, casi(?) levitante.
Porque el nuevo y atractivo edificio no debe impedir la contemplación del entorno, que ha sido elegido para alojarlo por sus valores únicos.
Este respeto a una idea atemporal del espacio tantas veces contemplado puede ser un problema, ya que la arquitectura estelar, espectacular, llamativa y atractiva suele ser incompatible con el paisaje preexistente. Suele reemplazar al paisaje. Se hace paisaje. Ocupa el espacio donde antes había otras cosas o no había nada, donde nadie miraba o donde nadie quería mirar o donde todos estaban acostumbrados a mirar o a mirarse. Incluso cuando se hace mirador, interviene en el panorama.
El espacio elegido (casi en el sentido religioso del verbo, casi como una revelación de lo sagrado) no es un lugar desocupado ni de estética tradicional ni de historia.
El edificio además va a estar ahí porque debe entrar en relación con otros edificios y otros usos y ser parte del centro urbano. O más bien de la esencia urbana: en una ciudad alargada como Santander, la idea de centro urbano tiene más de esencia inefable que de situación geográfica. Y, como el casco viejo desapareció en 1941 sin que ninguna planificación tuviera el valor de reemplazarlo, tampoco sirven la historia ni la Historia. Sólo la prehistoria (la bahía) y la firmeza inevitable de los muelles. El edificio en proyecto tendrá que ser parte de esa primigenia tradición sin dejar de ser nuevo y novedoso.
Es una labor difícil, pero la arquitectura actual tiene soluciones para todo. Y la genialidad impone una solución sencilla. El nuevo edificio será invisible. Déjenme que lo matice en negrita. El nuevo edificio será o al menos tenderá a ser invisible. Será a la vez espectacular e invisible.
El centro cívico cultural proyectado para Santander por Renzo Piano contiene, pues, un valor inesperado: la ausencia. Será atractivo, innovador, audaz, lúdico expositor de arte contemporáneo… y discreto. Existirá, será funcional, estará repleto de emociones estéticas y no ocupará el espacio visual que las leyes de la óptica suelen otorgar a los objetos, incluso a los objetos translúcidos o transparentes, incluso a los objetos flotantes.
No va a parecer una corola cromada saliendo de la bruma, ni una ciudad de cómic espacial, ni un huso tornasolado de uso tópico, ni siquiera el esqueleto fósil de un monstruo marino o un sombrero oriental o un falso error de tuberías de colores sobre una explanada hendida que reúna sin cesar farándulas y bohemios. Parecerá más bien un edificio que no quiere estar ahí.
En un futuro -aunque este proyecto ya pertenece al futuro- la solución quizá hubiera sido construirlo en otra dimensión (lo cual tampoco sería raro ni en el presente ni en el pasado de estos pagos) y que en lugar de flotar sobre la bahía lo hiciera con aún mayor elegancia sobre el tiempo y el espacio. Pero quizá no alcancen los presupuestos para tanto.
Algunos piensan que hay serio peligro de que al final no disfrutemos ni del edificio (que no surja como una sorpresa en el horizonte, que no nos sorprenda, que no nos divierta, incluso que nos aburra) ni del paisaje, y que todo resulte un borrón insulso, como cuando se mezclan colores complementarios.
Hay quien sostiene que la arquitectura debe buscar la integración con el paisaje, pero este concepto parece un tanto evasivo. Integrar, hacer que alguien o algo pase a formar parte de un todo, suena aquí a medias tintas, a suplantación de lo bello por lo bonito, de lo intenso por lo mediocre. Y si el objetivo es que la urbe huya mediante la arquitectura de la medianía, del aburrimiento, habrá que elegir entre el edificio y el paisaje. O suprimir el dilema cambiando la ubicación. Trasladar la bahía, de momento, no parece viable.
De todos modos, en medio del anuncio del advenimiento del espectáculo invisible, con fuerte tendencia al tedio divertido, la premonición crucial es la aparición, como un OVNI entre las nubes, de un edificio panacea que, con energía inusitada, impulsará la estética y la economía de la ciudad.
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