Maurano Cántabro, víctima de un milagro

Introito

En el principio, el poder separó las aguas de la tierras y las almas de los cuerpos.

De lo primero puede aceptarse como prueba la abundancia de limos, légamos y piélagos plagados de vidas primarias.

De lo segundo no hay rastro y, a juzgar por la avidez de humedad y sal de los sentidos, bien pudiera decirse que buscamos el placer en la materia con más éxito que al alma en las oraciones.

I

Maurano Exsilente dijo en público que la Anunciación era un crimen y que todo milagro implicaba una condena. Por estas palabras tuvo que huir. En Oriente, ejerció de astrónomo y pintor de frescos.

Cuando los griegos quisieron recuperar el esplendor del Pórtico de las Pinturas, le encargaron una obra libre que indujera al pensamiento, y él pintó un extraño recorrido que le hizo famoso en algunos ámbitos. Era un largo rectángulo en el que, con forma de río de amplios meandros o bustrofedon (esto es, con la vuelta ajustada del buey que ara) se sucedían las estampas según el itinerario que relató en una carta a un cofrade. Sigue leyendo

El perdón de los pecados

Cuentan que, tras cometer alguna de las atrocidades que lo hacían tan parecido a muchos otros nobles de su época, el Marqués de Sade, denunciado por su suegra, que no le perdonaba lo que le toleraban su esposa y su cuñada, huyó en barco disfrazado de sacerdote en compañía del criado guardaespaldas encargado de aguantar la vela durante las azotainas y cópulas rugientes.

Cuando, en plena travesía, una tempestad amenazó con hacer zozobrar al navío, los pasajeros, aterrorizados, acudieron al marqués-cura en busca de consuelo y confesión.

Donatien Alphonse François de Sade amaba el teatro. Su biografía permite imaginarlo interpretando cualquier papel que le reclamara la sociedad: valeroso combatiente en la toma de Mahón durante la Guerra de los Siete Años, administrador de una sección parisina y renombrador de calles durante la revolución francesa (un esfuerzo más si queréis ser republicanos… ), paciente sacerdote que escucha y lava las culpas de los desesperados reproduciendo una ceremonia tan estricta como las suyas de laceraciones, ayuntamientos y polvos de cantárida… Seguro que, en medio de la tempestad, musitaba buenos consejos para el largo viaje mientras el criado aportaba plegarias y besamanos.

El barco consiguió llegar a puerto seguro y los pasajeros encomiaron la labor del beatífico padre cura que tan sereno y misional permaneció en medio de los elementos desatados.

Debió de ser grande el gozo del marqués mientras los asustados deslizaban en sus oídos las mieles de los actos definidos como pecados; y no es nuevo suponer que Sade, educado por clérigos, había sido bien iniciado en el placer de disfrutar de la larga lista de definiciones hasta necesitar, por puro aburrimiento, inventar una nueva cada día. Sin embargo, quizá la vulgaridad de los actos narrados por los posibles náufragos le hubiera devuelto al tedio de no haber participado también el momento teatral, los gestos de la impostura (bendiciones, tiernas reconvenciones, elogios del arrepentimiento) y el fondo musical del miedo, los impulsos de la tramoya creando un mar bramante, sin olvidar, en el momento del clímax-absolución, las expresiones de alivio de los que se creían a salvo del castigo original. Todo como en los milenarios fingimientos de las catedrales, pero con la inestabilidad del océano y el olor del preludio pánico bajo las gavias desarboladas.

Y, sin duda, mientras D. A. F. escuchaba las culpas ajenas, disimulaba la erección con un misal de atrezo.

El puente

Los miembros de la caravana parecían haber adoptado hábitos y medios de transporte de lugares muy distantes entre sí. Era una tribu transparente que venía de muy lejos. Llegaron un día de primavera y se establecieron en un claro a la orilla del río, allí donde el cauce era más estrecho y la corriente más tranquila y había una piedra pulida y blanca en medio del curso con una rara forma de estatua de hombre orante, como encargado de apaciguar las aguas, que lo rodeaban sin espuma ni salpicaduras, a diferencia de las rompientes que más abajo, a la vuelta de un meandro, servían de catapulta a los salmones. Alguno de esos peces fueron el plato principal de la fiesta que sucedió a la instalación del campamento.

No parecían dispuestos a permanecer allí mucho tiempo. Montaron tiendas con pieles y carretas, cavaron letrinas en la linde del bosque, moldearon un hogar de arcilla, encendieron fuego, asaron la pesca, repartieron vino y prolongaron el festejo hasta el alba. Eran gente rítmica y sensual. Tenían címbalos, crótalos, flautas simples y pánicas, rabeles, zanfoñas, timbales, sistros. Sabían cantar y bailar. Las hojas de las mimbreras vibraron con los encuentros. Como por hipnosis, el compás del sexo se acordó al paso del sopor y algunas parejas o conjuntos no cedieron en el empeño ni durmiendo.

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Paquidermo

El nuevo vecino poseía la cabeza disecada de un elefante. Los encargados de la mudanza, como no pudieron meterla en el ascensor, intentaron subirla por la escalera, pero sólo consiguieron que los largos colmillos arañaran las paredes. La dejaron en el portal, boca arriba, y parecía un ser extraño, un monstruo vencido que miraba al techo con unos ojos muy pequeños, grises y hundidos en cráteres estriados, como de tierra seca. Una placa de cobre afirmaba que el animal, abatido en Angola en 1955, había pesado doce toneladas y media. La trompa, artificialmente levantada, resumía todas las miserias de la falocracia que había organizado la cacería.

“Este vecino nuevo debe de ser un hijo de puta”, dijo el portero.

Trajeron un camión con una plataforma de brazo articulado y telescópico, el más alto grado de perfección en la elevación de objetos, pusieron la cabeza en la jaula y la alzaron hasta la terraza, a la que sólo por un instante se asomó el propietario para hacer con la mano una indicación innecesaria, de manera que, sin que su presencia lo convirtiera en una figura descriptible, su autoridad quedara patente.

Pocos días después, cuando la comunidad se reunió para hablar de los desperfectos de la escalera, el secretario del nuevo vecino entregó un cheque por una cantidad tres veces mayor de la estimada.

“Un auténtico hijo de puta”, manifestó el portero.

Rescoldos

Escrito por los estudiantes de la Universidad Burdeos-III en el pasillo que conduce a la sala de reuniones del Comité de Movilizaciones contra la Ley de Reforma Universitaria:

Ya va siendo hora de reavivar las estrellas.

Guillaume Apollinaire.

Aviso

Es tiempo de cerezas.

Víspera

La última barricada de las jornadas de mayo está en la calle Ramponneau. Durante un cuarto de hora, todavía la defiende un solo federado. Tres veces llega a romper el asta de la bandera versallesa izada en la calle de París. Como premio a su valor, el último soldado de la Comuna consigue escapar.

Prosper-Olivier Lissagaray. Historia de la Comuna de 1871.