Tiempo

Los diseñadores del tiempo quieren separar su medición de la física perceptible por los sentidos y encajarla en el mundo subatómico.
Puesto que el Sistema Internacional de Unidades ha definido un segundo como 9.192.631.770 períodos de radiación correspondiente a la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio, es lógico que la definición de la hora como la veinticuatroava parte de un día solar medio resulte problemática.
Las señales de los relojes tradicionales, de agua, de fuego, de sol o mecánicos, se basan en la observación del movimiento. Siempre hemos dependido de lo visible o de lo sonoro: el rumor de un líquido, una vela que arde, las ruedas dentadas que giran. Los relojes más primarios, los de sol, al principio palos clavados en el suelo, caligrafiaban lo que los antiguos llamaron escritura de las sombras para representar el recorrido (falso) de la estrella por el firmamento, dictado por la rotación del planeta y entorpecido por la inclinación de las estaciones. Con la llegada de la física que ya intuyó Demócrito, se ha descubierto que la precisión reside en lo invisible. Esas son las paradojas que hacen poética la Ciencia.
Por algún proceso que se me escapa, pero en el que tengo que creer (porque, por ejemplo, escribo esto en un ordenador cuyo circuito es recorrido cada segundo por tres mil millones de impulsos eléctricos), esos 9.192.631.770 períodos que contiene la unidad de medida del tiempo son inflexibles, y nuestros días tienen que ser adaptados a esa realidad para iniciados haciendo el camino inverso desde los tiempos en que las horas se contraían o dilataban con la distancia entre el alba y el ocaso para mantener su número e ignorar la noche, cuya introducción en la medición fue otro avance.
Ahora aceptamos que el tiempo no es igual en todo el Universo y a la vez creemos entender que los segundos del átomo que vibra obscenamente en el centro de la explicación oficial son los más precisos.
Parece que nos estamos sometiendo a nuevos sacerdotes, a nuevas paradojas binarias o trinitarias, pero, al menos, cuando se paran los relojes, tenemos cierto derecho a pedir explicaciones y no aceptar la excusa de un dios esquivo o la atribución del lapso a nuestros pecados. Así, algo hemos ganado mientras perdíamos calor con la expansión del universo.

Diferencia y servicio

Los occidentales utilizan, incluso en la mesa, utensilios de plata, de acero, de níquel, que pulen hasta sacarles brillo, mientras que a nosotros nos horroriza todo lo que resplandece de esa manera. Nosotros también utilizamos hervidores, copas, frascos de plata, pero no se nos ocurre pulirlos como hacen ellos. Al contrario, nos gusta ver cómo se va oscureciendo su superficie y cómo, con el tiempo, se ennegrecen del todo. No hay casa donde no se haya regañado a alguna sirvienta despistada por haber bruñido los utensilios de plata, recubiertos de una valiosa patina.

Jun’ichirö Tanizaki (谷崎潤一郎). Elogio de la sombra.

Prescindiendo de la lluvia

Está uno en la cafetería y tiene que prescindir de la lluvia que persiste al otro lado del cristal multiplicada por esas carreras sin velocidad para escuchar la historia del botánico, reparador médico de plantas que desprecia a su mujer porque ella no tiene una profesión clínica, como os lo digo, y cuyo hijo quiere ser profesor para tener muchas vacaciones y poder estar con sus hijos el tiempo que su padre no está con él porque está tratando de sacar adelante por orden alfabético abutilones, acalifas, alegrías, amarilis, begonias, buganvillas, incluso bonsáis, camelias, crotones preñados de látex, dioneas atrapamoscas empachadas de moscas, guzmanias, petunias, tradescantias o zebrinas, con lo que gana mucho dinero para luego llegar a casa y hacerle saber a su esposa entre las azaleas que todo cuanto ella hace está mal hecho. Y la luna y el sol se suceden sin desacuerdos entre sus luces en estas lluvias de diciembre, cuando sin embargo por todas partes salen de la nada músicas de guiñol y molinillos de viento.

Rumor

A causa de un problema en un tímpano, ella oye a veces un zumbido inexistente.
Algunas noches, mientras ella duerme, él permanece despierto, escuchando esa sonatina de olas mentales.
El amor tiene esas cosas.

Más tristezas

No se llamaba Ismael.

La acobardada ciudad vigilaba al mediodía.

Durante mucho tiempo se había estado acostando muy tarde.

Nunca se molestó en buscar a la Maga.

Gregorio Samsa despertó aquella mañana después de un sueño apacible y comprobó que seguía siendo un bípedo corriente.

Tristeza

Nunca lo llevaron a conocer el hielo.

Algunas jornadas particulares

Te miras en el espejo y crees que tienes una idea siquiera aproximada de cómo va a ser el día. Te miras o no, porque piensas (pero preferirías no hacerlo) que todos los días son iguales, que todos merecen la misma cara. Sin embargo, a veces es el día de la risa. A veces el anonimato de la jornada laboral deja paso a una diversión inesperada, absurda, hecha de maniobras y conversaciones que encajan en el mapa mudo del cachondeo como en el invisible bastidor de un puzzle. Llegas incluso a temer (pero eso también te da risa) que alguien piense o diga ¿de qué se ríe o sonríe ese imbécil todo el tiempo?, ¿qué se ha creído?, ¿acaso no se da cuenta de que esa cara de felicidad no hace sino incitar al prójimo jefe o al prójimo colega o al prójimo camarero a fastidiarle sin piedad? Pero nada, no hay manera. Se impone esa percepción del ser humano como portador cuando menos de valores bienhumorantes y, aunque sabes que al final del día te quedará cierta melancolía de incomprendido, te sientes dueño de o poseído por un poder nada superior, un poder que habita a la altura de cualquier mirada, y cuando sales por la puerta de la oficina, por mucho que llueva, sigues dejándote mimar por esa suave, contradictoria euforia.