Decía Rabelais: Haz lo que quieras.
Decía Epicuro: El cuerpo, en lances de amor, es parte indispensable del alma.
Decía Georges Brassens que, en la Edad Media, los monjes de París, encontrando que cuatro Evangelios no eran demasiados, se inventaron un quinto: el Evangelio según Venus, lo cual testimonia la abadesa de Pourras, que fue, es y será la puta más gloriosa de los frailes del Barrio Latino.
El hermanito François Villon sabía mucho de la abadesa, promovida al cargo en 1454, encarcelada por conducta desviada en la abadía de Pont-aux-Dames, reintegrada a la dignidad y definitivamente cesada en 1463, el año en que el poeta desaparece de la historia. ¿Una coincidencia sospechosa?
Villon componía poemas que hacían llorar a los santos y a los humanos de piedad y de risa, fornicaba, asaltaba a los caminantes, huía y hacía recuento en la Taberna de la Piña con el mismo entusiasmo de su lirismo, sus peleas y sus fonicaciones. Ante su pariente el obispo, se arrepentía, pero la vida en él era una marea incontenible.
Sólo se contuvo -es de suponer- durante su estancia en el calabozo del castillo de Meung. Hoy pueden visitarse esos sótanos. Los iluminan con luces rojizas, los ambientan con ruidos de cadenas, los han decorado con instrumentos de tortura de la época del poeta; pero no hay ni una rata, y tampoco huele a humedad o miedo. El acceso es un túnel estrecho con una escalera muy empinada: parece el vacío de un falo, es decir, un útero. Quizá sea esa perspectiva la única que se conserva como era.
Dicen que el buen François fue el único prisionero que consiguió salir vivo del lugar. Decían que lo encerraban por sedicioso, salteador, blasfemo, pendenciero, fornicador, y lo liberaban porque lanzaba su sensibilidad al alma de los demás con la certeza del mejor arquero. Jean de la Pagaille sostiene que, aunque desterrado y perdido en la noche, el autor de la Balada de las Contradicciones, consiguió evitar que su cuello supiera lo que pesaba su culo.
¿Iba solo?
¿Huyó con la abadesa?