Oolong

Oro oloroso, olor fondoso no pomposo, poso goloso: lo compro o lo robo, lo logro, lo tomo, lo gozo.

Sin TIC

Ni PIN ni ping. Lili y Pili sin Wii, sin IP, sin ISP, sin Wifi, sin bits, sin nicks.

Nota: excepto TIC, he utilizado términos y siglas de origen englosajón, pero de uso común en internet en castellano. La ’y’ es una licencia.

Jeques

El regente de repente teme el frente que tejen jefes emergentes: en el presente emprenden leyes herejes que prevén gerentes perennes.

Bazar

Las mamparas paraban la calma. Llamas al alba: caravanas paradas para cargar las mantas labradas a la plata. Damas hartas a manadas, ajadas, cansadas, gastaban caras largas, faldas aladas, tramas vagas: pagaban a paladas, a patadas, atadas a alhajas amargas.

La lengua común

Cita apócrifa de la Visión de los vencidos:

En cuanto recibieron la versión traducida del Manifiesto por la Lengua Común, todos los hablantes de lenguas arauanas, álgicas, arawakanas, aymaras, barbacoanas, caribes, chapacura-wanham, chibchas, chocó, chon, comecrudan, guahibanas, guaicurian, jívaras, jicaques, lencas, macro-ges, makúes, mascoianas, mataco-guaicurúes, mayas, misumalpanas, mixe-zoqueanas, múras, na-denés, nambiquaranas, otomangueanas, pano-tacananas, quechuas, tequistlatecas, totonacanas, salibanas, tucanoanoanas, tupíes, witoto, xincas, yumano-cochimíes, zamucoanas y záparouto-aztecas creyeron entender que, si aceptaban la supremacía del vocablo de los barbudos, las suyas serían lenguas cooficiales. “Extraña igualdad la de los blancos”, murmuró un indiecito. Pero estaban acostumbrados al universo bífido de los sabios, relatores y diputados occidentales, y sabían que, cada vez que se habían negado a algo, sus lenguas habían tenido menos hablantes, así que firmaron el manifiesto vertiendo sus nombres y los de sus tribus en el perfecto castellano de los misioneros para unirse a la alegre cortina de humo general entre los campos de soja.

De Villon y la Abadesa

Decía Rabelais: Haz lo que quieras.

Decía Epicuro: El cuerpo, en lances de amor, es parte indispensable del alma.

Decía Georges Brassens que, en la Edad Media, los monjes de París, encontrando que cuatro Evangelios no eran demasiados, se inventaron un quinto: el Evangelio según Venus, lo cual testimonia la abadesa de Pourras, que fue, es y será la puta más gloriosa de los frailes del Barrio Latino.

El hermanito François Villon sabía mucho de la abadesa, promovida al cargo en 1454, encarcelada por conducta desviada en la abadía de Pont-aux-Dames, reintegrada a la dignidad y definitivamente cesada en 1463, el año en que el poeta desaparece de la historia. ¿Una coincidencia sospechosa?

Villon componía poemas que hacían llorar a los santos y a los humanos de piedad y de risa, fornicaba, asaltaba a los caminantes, huía y hacía recuento en la Taberna de la Piña con el mismo entusiasmo de su lirismo, sus peleas y sus fonicaciones. Ante su pariente el obispo, se arrepentía, pero la vida en él era una marea incontenible.

Sólo se contuvo -es de suponer- durante su estancia en el calabozo del castillo de Meung. Hoy pueden visitarse esos sótanos. Los iluminan con luces rojizas, los ambientan con ruidos de cadenas, los han decorado con instrumentos de tortura de la época del poeta; pero no hay ni una rata, y tampoco huele a humedad o miedo. El acceso es un túnel estrecho con una escalera muy empinada: parece el vacío de un falo, es decir, un útero. Quizá sea esa perspectiva la única que se conserva como era.

Dicen que el buen François fue el único prisionero que consiguió salir vivo del lugar. Decían que lo encerraban por sedicioso, salteador, blasfemo, pendenciero, fornicador, y lo liberaban porque lanzaba su sensibilidad al alma de los demás con la certeza del mejor arquero. Jean de la Pagaille sostiene que, aunque desterrado y perdido en la noche, el autor de la Balada de las Contradicciones, consiguió evitar que su cuello supiera lo que pesaba su culo.

¿Iba solo?

¿Huyó con la abadesa?

Oulipo y urbe

Este artículo de Vicente Gutiérrez me ha recordado la vieja cuestión de la perspectiva, un desafío para geómetras y, por inercia, la triste situación del paisaje urbano.
Daniel Arasse, un hombre que miraba cuadros, decía que la perspectiva elegida depende del encuadre. La cosa parece simple, pero una segunda reflexión (es decir, cuando se levanta la vista del primer punto de fuga) nos pone en la tesitura de enfrentarnos a la tremenda pulsión ideológica que encierra la elección del encuadre. El cine japonés ya mostró la humildad de una cámara puesta a la altura de la mirada de una persona sentada a la oriental, algo que, al parecer, los occidentales no habíamos descubierto por una cuestión, seguramente, de pura soberbia.
Es el encuadre urbano lo que me preocupa, los lienzos de la ciudad que quieren que veamos y los que quieren ocultarnos.
Hubo un tiempo en que las vías principales de las ciudades se llamaban perspectivas y diagonales y compartían el poder con las plazas y los paseos. Sigue leyendo