Triste (historia de la) Historia

Me dice X que el desprestigio de la Historia explica el éxito de la novela histórica. O viceversa. X es historiador y se está planteando pasarse a la novela. Durante un tiempo se especializó en la recopilación de testimonios de fuentes orales, pero alguien le dijo que lo que hacía era recolectar ficciones ajenas. X suele hacer demasiado caso de lo que le dicen. La gente es cruel. Desde aquel día, sólo utiliza fuentes bibliográficas, lo cual tampoco le supone un gran consuelo, y a veces se deprime y dice que tendría que haber sido arqueólogo o astrónomo. “¿Por qué no arqueoastrónomo?”, le propongo. Pero se lo toma a broma. El autobús recorre la ciudad bajo la lluvia. Hay en las calles más mendigos que nunca. “Tendrán muchas historias que contar”, dice X. Y añade: “Es una pena que sean ficciones”.

Un error

En uno de los textos de mi libro Zinderneuf y otras experiencias hay un error garrafal del que me siento orgulloso. El diamante al que se refiere el relato del agrimensor es en realidad un zafiro. Una joya azul que, al contrario de lo que sostiene el narrador, existe en paradero desconocido y un día empujó a unas cuantas personas hacia diferentes transcursos. Algunos dirán que fue un instrumento del destino, pero tal concepto empezó a devaluarse nada más nacer de un parto de la necesidad (el supuesto progenitor fue el tiempo) a la orilla de una laguna donde crecían plantas cuya ingestión borraba la memoria. En fortificaciones abandonadas a la arena es mucho más fácil convertir en zafiro un diamante, aunque la falsificación tenga tan poco sentido como en Wall Street (donde toda riqueza es espiritual: no se representa con objetos sólidos) y su valor literario (se trata en todo caso de una piedra inencontrable) sea el mismo.

Carnívora

VenusMe han regalado (¡gracias!) una planta carnívora. Es una Dionaea muscipula, más conocida como Venus atrapamoscas. Me resulta entretenido observarla.
Seguro que procede de un invernadero (ahora está en una maceta), pero sus antecesoras, en su hábitat natural, se arrastraban por las ciénagas de suelos pobres y lodosos.
Tiene unos brazos planos que acaban en hojas-trampas.
Parece ser que la evolución descartó millones de opciones hasta encontrar el éxito en estas pseudobocas de aspecto vagamente vulvar (la imaginación masculina trasladó su denominación al reino de Afrodita), rodeadas de cilios que dejan escapar las piezas demasiado pequeñas, de interior entre verde, rosado y rojo según la excitación luminosa y el grado de madurez, que se cierran en 0,1 segundos cuando unos órganos sensitivos convenientemente dispuestos en tres grupos de tres son estimulados según un código de seguridad que determina la validez de la presa y evita trabajos innecesarios: sólo si un pelo recibe dos contactos o dos pelos reciben sendos impulsos en un breve lapso de tiempo se activa el mecanismo. Se trata al parecer (he estado leyendo sobre ello; son lecturas de verano) de una “bomba de protones”, proceso aún no aclarado del todo por los científicos en el que intervienen intercambios de iones de hidrógeno, cloruro, lantano y calcio. Una onda eléctrica modifica la consistencia de las células de la hoja y provoca una reacción en cadena que cierra la trampa en dos tiempos (primero atrapa, luego confirma la presa) y activa la química de la digestión.
Es una planta paciente; si no caza, sobrevive con la vulgar fotosíntesis de la mayoría de los vegetales.
Requiere pocos cuidados, pero hay que procurar que la tierra en que arraiga no tenga nutrientes y que el agua con que debe estar siempre empantanada no tenga minerales. Es como si al acercarse al reino animal (esa feudal clasificación) tuviera que renunciar a los hábitos del otro lado de la frontera.
Una planta fronteriza, eso es. Estática, espera sus insectos. Todavía no he visto caer ninguno. Pero no tiene aspecto de hambrienta.

¿La situación en Cantabria mejorará con la lluvia?

El 8% menos de robado puro gasto sanitario señores diputados quién le ha chafado el habano al presidente sube el paro autonomía abstenerse sectores que no sean de servicios estoy hasta los presuntos atributos de machos y machadas la ley no es igual para todos/as dígame algo que no se haya dicho hasta el hartazgo la saciedad el yo fumo donde quiero bajo multa de 90 euros su ciudad cultural le agradece no venir más por el polígono industrial qué más da si lo plausible es ese fluir del dinero público al río privado de ventana en la otra esquina o el que te invita al yate digital para firmar el contrato pero eso nunca ha sucedido abatido 6 a 1 el equipo local de la capital fundamental nunca pierde se deja ganar por impotencia escénica los supporters sponsors y projects managers lloran restringida la dicha a la capacidad insultante ¡¡¡gooooollll!!! del albo álveo del caudal de bienes muebles e inmuebles mientras muchos vuelven al arroyo estadístico ahora bien de qué cañas cuelgan esos jargos conceptuales que aplaudimos como las algas antiguas que ya no llegan a las playas aplaudían a los barcos con la marea baja desarbolada la flota pesquera destinadas las redes al turismo de prados de golf los parados a recoger pelotas las mentes al estereotipo 8% menos de gasto público para la sanidad y sin embargo viene un tiempo de limusinas y petimetres electorales y algo clama que esto es la definición de aburrimiento no me hagan por favor decirlo de otro modo en estos tiempos de (per/pre)juicios estéticos.

El prisionero

Cuenta Mario Vargas Llosa que, cuando supo que le habían concedido el Premio Nobel de Literatura, estaba releyendo El reino de este mundo, obra de Alejo Carpentier, comunista, diplomático del gobierno cubano, musicólogo y precursor (viajero a la semilla, habría que decir) de lo que vino a llamarse el boom de la literatura latinoamericana, cuyos asignados también pertenecen, por lo general, a órbitas ideológicas alejadas del liberalismo del galardonado hispanoperuano. En el caso de Vargas, sin duda, es fácil y casi obligado elegir al escritor y olvidar al político, y viceversa. Dudo que a José María Aznar, de leerla, le gustara ‘La casa verde’, por la que Hugo Chávez manifestó su admiración mientras le recordaba al escritor que él sí había ganado las elecciones. La derecha peruana, por cierto, no quiso votar a Vargas Llosa: prefirió a Fujimori. Pero a veces, y no sé si por su culpa, me parece que nuestro autor está preso en un laberinto mayor de lo común en las existencias contradictorias de los seres creativos, un embrollo de caminos en el que cada vuelta lo envía desde su pasado de niño bien militarizado a sus primeros oficios de literato de izquierdas, desde su literatura crítica y sus estudios sobre Gustave Flaubert y Juan Carlos Onetti a las novelas evasivas que nunca lo harán alcalde de Santa María y, quizá lo menos importante, pero lo más pertinente ahora por imposición de la unanimidad de los medios, desde su presente de por fin premiado a esa situación intemporal en la que un lector/escritor disfruta de un libro de Alejo Carpentier sobre Haití sin dejar de escuchar los sonidos del exterior, por si se abre una puerta y consigue este señor de derechas dejar de ser prisionero de la izquierda literaria, sea eso lo que sea.

La máquina de los deseos humildes

metz mus 17-09-10 004En la instalación playera de Martial Rayse en el centro Pompidou-Metz, la estrella es un juke-box mucho más luminoso y curvo que los que había en los bares de nuestra adolescencia, que eran cuadrados y grises, pero éstos también concedían un par de minutos de alegres deseos a cambio de una moneda. Creo recordar que Peter Handke escribió un ensayo sobre esos aparatos. Lo apunto como lectura pendiente, otra de tantas. Nunca vi ningún juke-box en la playa; no sé si lo imaginé alguna vez. Es posible que en algún chiringuito, por la noche. ¿En qué película o novela alguien ponía canción tras canción en un bar vacío mientras esperaba algo o a alguien bajo la mirada aburrida del camarero que sacaba brillo a los vasos? No me acuerdo. Pero me estoy acordando de los cuadros de Edward Hopper. ¿Estaré contando un cuadro suyo?

Tres afirmaciones

Raymond Roussel cruzaba los océanos para no desembarcar o no salir del hotel. Permanecía en su camarote en puertos exóticos, Singapur, Shanghái, Otaheite, atisbando como mucho aguas turbias y bultos de estiba por un ojo de buey y sintiendo sin embargo la emoción estética y aventurera que ha hecho de viajar un arte.

Conocí a un tipo para el que todas las playas eran la misma, y esta idea le obligaba a visitarlas una tras otra, a tumbarse en arenas de texturas que nunca coincidían, alejadas entre sí miles de kilómetros, bañadas por aguas cuyas tonalidades variaban desde la transparencia (y le daban miedo las estrellas de mar del fondo) hasta la oscuridad azul impenetrable (y le aterrorizaban los monstruos marinos de ojos de fósforo que adivinaba), pasando por todas las luces de la molicie estival, los más complejos salitres, recibiendo rayos solares de intensidades y latitudes diferentes. “Pero son todas iguales”, decía.

Un día me contó un futbolista que odiaba meter goles. Era delantero centro, un gran ariete. No fallaba. Casi siempre la clavaba por la escuadra. Le gustaba hablar conmigo porque detesto el fútbol. “Es repugnante -explicó- esa situación que se crea cuando metes un gol y el público vocifera y los compañeros se te echan encima, te tiran al suelo y te embadurnan con sus sudores. Tú estabas un instante antes a solas con tu fatiga, concentrado en el juego, en la idea del juego, que es el juego de verdad, no ese plano estrecho del campo que ves, sino el mundo visto desde el aire, todo en un esquema exacto en tu mente, los otros jugadores, la portería, las lineas blancas, el estadio, el balón, el árbitro, las leyes de la gravedad, la Física y la Geometría, y tiene que ser exacto, porque si no, no sale la jugada y el balón no entra. Y actúas en consecuencia. Y cuando aciertas con las coordenadas de todo eso, cuando todo se conjuga, surge la batahola y la felicidad se derrumba en ese griterío”.

Ilustraciones de Henri-Achille Zo para las “Nuevas impresiones de África” de Raymond Roussel.