Una breve inspiración

Apenas le concedería a la película La substancia (Coralie Fargeat, 2024) una nota a pie de página(1)Aunque obtuvo el dudoso éxito de hacerme verla entera (en varias partes), se empeñó en desbaratarme cualquier intento de aceptar su excusa … Continue reading si no fuera por el plano secuencia del principio, que muestra la clonación de la yema de un huevo de clara cristalina desparramada sobre una superficie celeste.

Ese preludio a una burbuja pretenciosa y machacona de más de dos horas me ha recordado el encuentro de Abbas Kiarostami, Isabelle Huppert, una sartén, una pella de mantequilla, un par de huevos y un contestador automático.

El evento se produjo cuando el Festival de Cannes, para conmemorar el centenario de la primera exhibición del cinematógrafo, propuso a cuarenta directores que filmaran con la cámara de los Lumière un cortometraje de 52 segundos como máximo, en no más de tres tomas y sin sonido sincronizado. El conjunto resultante se titula ‘Lumière y compañía’ (1995)(2)El corto citado (Un oeuf) puede verse en este enlace. En mi opinión, todos son muy interesantes.

Kiarostami, desde fuera del plano detalle cenital de la sartén, cocina dos huevos mientras la voz desalentada de Huppert deja un mensaje en el contestador. La grasa está demasiado caliente y una de las yemas se revienta, chisporrotea y parece burlarse con la fuerza del blanco y negro del amarillo imaginado.

Tenía 50 segundos para contar una historia -explicó Kiarostami en una entrevista con Katia Bayer para la revista Format Court (2011)-. La película habla de gente a la que no se ve, pero cuya voz se escucha. El proyecto era tan restrictivo que me enamoré de la idea. Cuando era joven, yo creía en el límite. Esta experiencia ha sido la más limitada de mi carrera. Y la más placentera.

La obra no es prólogo de nada, relata un desencuentro y acaba con un quemador de gas apagado. Es una ficción tan honrada que no busca ser creída; una anécdota tan densa que no necesita sorprender.

Hoy la veo como un antídoto contra los artificios que asfixian la poética de la realidad con turbias cadenas de montaje y barnizado, una réplica a los pretextos insustanciales usados para alimentar la danza petulante entre la industria y la seudocrítica publicitaria y, sobre todo, como un dispositivo de efecto inmediato para limpiar la mirada.

La clonación de videoclip me ha hecho constatar de nuevo esa condición suplementaria(3)El fomento de la comodidad intelectual requiere el uso de señuelos hipnóticos a ritmo de letanías y apelaciones al ego de un público cómplice … Continue reading, sucedánea y sumisa de gran parte de la creación. Le doy las gracias a su brillo insustancial por inspirarme la huida hacia el momento feliz de Kiarostami y compañía.

Notas

Notas
1 Aunque obtuvo el dudoso éxito de hacerme verla entera (en varias partes), se empeñó en desbaratarme cualquier intento de aceptar su excusa crítica y sus artimañas referenciales (Jeckill y Hyde, Dorian Gray, Carrie, Frankenstein, Francis Bacon, el gore couché…) hasta hundirse en una dispersión teratológica propia de la barraca-museo del doctor Spitzner, pero sin la pátina sardónica y despiadada del tiempo.
2 El corto citado (Un oeuf) puede verse en este enlace. En mi opinión, todos son muy interesantes
3 El fomento de la comodidad intelectual requiere el uso de señuelos hipnóticos a ritmo de letanías y apelaciones al ego de un público cómplice elevado a la cúspide virtual por el neokitsch de los suplementos culturales.

Perspectiva de la basura

Las variaciones en los algoritmos que rigen las redes sociales más extendidas y, sobre todo, por más evidentes, los mensajes y apoyos políticos de sus propietarios están provocando el traslado de bastantes usuarios a servicios más respetuosos con sus publicaciones. La igualdad de trato y la neutralidad son, desde luego, argumentos suficientes para largarse de Meta (Facebook, Instagram) y (e)X(twiter) a Bluesky, Mastodon o lo que vaya surgiendo. Ninguna solución será completa ni única, pero hay que empezar a comprender cosas como el fediverso y aceptar que es mejor federar plataformas que someterse a unas pocas.

Sin embargo, pasadas las primeras oleadas de evasiones, me parece observar que muchos de los contactos que han abierto cuentas alternativas siguen no sólo compaginando, sino priorizando el uso de los engendros. Me refiero, por supuesto, a mis contactos en las redes, con la mayoría de los cuales he compartido desde hace tiempo la crítica de éstas. Es decir: se trata de una percepción que expongo sin ninguna pretensión científica o extrapolable y que deriva de unas relaciones establecidas en los medios contra los que se pretende actuar. Es una triste paradoja, cierto, pero, para saber quién escribió La galaxia Gutenberg, hay que buscarlo en internet.

Supongo que en la renuencia ante la ruptura intervienen a la vez un reflujo de las ilusiones perdidas (pero, ¿de verdad creímos que se abría una puerta gratuita al escenario del paraíso de la información?), un temor elemental a perderse algo (cualquier cosa puede volverse hechizo), el peso de los automatismos habituales (parece que cuesta cambiar el icono de la pantalla principal), la necesidad de mirar atrás para comprobar cuántas personas siguen la nueva onda (esa gran falacia del individualismo exacerbado por reenvíos y megustan) y el simple escepticismo (¿será tan nuevo lo nuevo si la raíz es la misma?).

Por otro lado, gracias al estímulo del doble pensamiento o el atractivo del abismo, ya casi no hay concepto que no viaje igualado con el lastre de su contradicción y, en cuanto alguien afirma que la probabilidad de que el blanco sea negro hace que todo sea gris, la adoración a la idea pseudocientífica de la relatividad absoluta se hace punto de encuentro para los egos maltratados por la ignorancia seudoigualitaria.

Los redefinidores de la verdad, tecnificados sastres de la memoria, aprovechan toda la experiencia acumulada para acelerar la adaptación a la publicidad en que hemos crecido los parias de la sociedad del espectáculo (somos la gran mayoría: no se crea a salvo). No niegan la verdad ni la mentira: lo importante para ellos es que no se resuelvan las dudas, en especial las que atañen a su legitimidad. Cualquier ontología sobre el poder resulta ociosa por decreto.

Puede que la aceleración mediática y financiera impulsada por los gigantes corporativos no llegue a borrarlo todo y que el porcentaje de usuarios sensibles a los recientes motivos de cambio sea mayor que en los llamados medios tradicionales (por lo visto, es más fácil pasar de X a Bluesky que cambiar de Antena 3 o El Diario Montañés… ¿a qué?), pero me resulta difícil ser optimista. La saturación que provoca el hábito de vivir rodeados de basura hace difícil clasificarla (aunque nos han hecho fieles de un reciclaje que no sirve de gran cosa contra la destrucción ambiental) y, si hacemos limpieza, nos apresuramos a llenar el falso vacío que queda con lo que pronto serán nuevos residuos. Es como si la higiene portara un desequilibrio impredecible y hubiera que postergar ese asombro traumático.

Nos acostumbramos a la mierda en las calles y nos deslumbra un barrido superficial programado, generalmente anterior a unas elecciones. Nos habituamos al ruido, al parloteo, a millones de pantallas no buscadas, y aceptamos que el silencio, el discurso razonado y los paisajes libres de estorbos son fenómenos extraordinarios. El ocio barato es ruido. La quietud real es cara y, como todos los lujos, tiene reservado el derecho de admisión. Los simulacros asequibles son sucedáneos hipnóticos. Pero, a pesar de todo, seguimos pensando en la fuga siquiera de vez en cuando.

No obstante el panorama desolador, creo que hay que mantener el símil sartreano de la apuesta sin esperanza y envidar en la ruleta de los vertederos con todas las distancias y prevenciones que se nos ocurran. Siempre será mejor experimentar con la basura que caer en las escombreras de la propaganda sin derecho a réplica.


Artículos relacionados:

Kipple

Kitschtown

Basurotopía

La situación del mundo y los días tan señalados

El planeta que habitamos gira sobre sí mismo a 21,25 kilómetros por segundo (en Cantabria; en el ecuador, a 27,77) y a un promedio de 29,8 alrededor de un sol que se desplaza a 2.150 y tarda 225 millones de años en orbitar (apenas ha dado veinte vueltas y media desde que existe) el centro de una galaxia que viaja con ruta no muy clara a 600 km/s y con la que mantiene una relación que algunos consideran poco armónica.

Siempre esperamos acordes, paralelismos y coros celestiales, y tendemos a pintarlo todo siguiendo un orden suspicaz porque tememos los baños de realidad de las perspectivas y preferimos los temores ideales.

Cuenta Thomas S. Kuhn en La revolución copernicana que, durante siglos, sintiéndose obligados a mantener a la Tierra en el centro del universo, los astrónomos y astrólogos concibieron cálculos y disposiciones cada vez más alucinadas (enfatizaban los razonamientos con vocablos tan efectivos como epiciclos y deferentes) para explicar las anomalías de sus observaciones. Pero debía de haber un presentimiento entre humilde y pagano pugnando por salir a flote para poner al sol en el foco adecuado de las elipses y, cuando lo consiguió, tuvieron que comprender que todo el conjunto es viajero y que más allá puede no haber ni siquiera monstruos. Sin embargo, eso no impidió que continuara el fervor por las explicaciones arbitrarias.

La astrología se fue al abismo, aunque sigue siendo rentable y seguimos funcionando con fijaciones zodiacales. En cuanto a las religiones, cuando no pueden hacerlo en la fe, se amparan en las tradiciones para continuar certificando los calendarios. A lo cual se unen los deseos generalizados de calma chicha mental. Hace poco, por cierto, la Tierra pasó por el punto de inclinación máxima que algunos, sin precisión alguna, se empeñan en imponer como Navidad mientras se burlan de los que hablamos de solsticio.

En fechas tan señaladas, además de recordar la situación del mundo, me apetece invocar a Joseph Juste Scaliger, que en 1583 se permitió sustraerse de la dictadura de los calendarios ideando una datación que sintetiza los ciclos lunar, solar y de indicción (periodo administrativo bizantino de quince años) para empezar a contar los días desde el mediodía del primero en que se sabe que confluyeron los tres: el 1 de enero del año 4713 a. C.

Scaliger estableció en esa fecha el comienzo de una era con caducidad: acabará o, mejor dicho, habrá que renovar el método el 1 de enero de 3268 (1)El calendario llamado de cuenta larga, empleado por los mayas y otros pueblos, que seguía un método similar, terminaba en 2012 sin que ello … Continue reading. Es bueno no eternizar los paradigmas y 7980 años parece un plazo sensato. A esa datación, perfeccionada en 1849 por John W. F. Herschel, se le dio el nombre de día juliano aunque no tiene con el calendario homónimo otra relación que el cálculo de partida.

El día juliano tiene varias ventajas: sus adaptaciones son muy útiles para la astronomía, carece de las irregularidades de los años, meses y semanas, facilita la conversión entre calendarios, la cuenta de plazos, el establecimiento de periodos y la programación informática, e incluso expresa la hora en decimales. Por ejemplo, estoy escribiendo esto el día 2460675,07847, es decir, el 30 de diciembre de 2024 a las 13:53.

Además, ayuda a tratar de jugar sin liturgias a comprender este baile de tiempo, ciclos y órbitas para el que no se necesitan invitaciones.

Notas

Notas
1 El calendario llamado de cuenta larga, empleado por los mayas y otros pueblos, que seguía un método similar, terminaba en 2012 sin que ello implique que creyeran en el fin del mundo.

Uvas de rara luz

En la exposición de obras de la colección del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander (MAS), dos cuadros de Johann Conrad Eichler (1688 – 1748, conocido como Wollust) me producen una fascinación inesperada.

Están en un rincón discreto, rodeados de imágenes sacras de sus contemporáneos y cerca del paisaje desde el que Josefa de Óbidos se despide del corazón volador(1)Para ser justos, también está cerca un anónimo flamenco en el que la familia sagrada, gris, aparece rodeada de una corona de flores multicolores y … Continue reading. Son dos ventanas pequeñas abiertas en un ambiente de confesionario entre ruinas, dolores y admoniciones.

Creo que no merecen ese entorno, esa presencia del peso insoportable de la historia, ni la fúnebre denominación romance de naturalezas muertas(2)En cuanto al término bodegón, me produce una sinestesia de vinazos, plumas, pellejos, mohos, labores de taxidermistas y escopetas arrinconadas, y … Continue reading. Pertenecen a la vida quieta germánica (still life, stilleben…), la calma que permitía al barroco nórdico introducir en la exuberancia vegetal instantáneas de ruiseñores copulando(3)Una pregunta ociosa: ¿las mesas de Cézanne se inclinaban por la síntesis de puntos de vista y las de Cornelis de Heem lo hacían por el peso de la … Continue reading. Wollust, por cierto, significa lujuria, aunque aquí no recurre a ningún movimiento explícito y muestra los vegetales a la rara luz de las uvas mientras la ausencia de escenario (pero, ¿no hay al fondo vislumbres de paisajes tormentosos?) permite establecer relaciones sin excusas exteriores.

Libres del peso de loas, alegorías o solemnidades explícitas, a salvo de figuras humanas, mitos, héroes, oficios y pasiones, esos lienzos hacen aflorar el alimento elemental de la mirada en la experiencia -no exenta de desafíos, como ese inquieto esplendor en la espesura- de la materia pictórica.

A la vez, parecen sonreír ante la pompa (¿quién pagará el rescate si estalla la burbuja?) dominante en el arte actual, grandilocuente, ensimismado, mixtificado, mixtificante y absorto en la retórica acrítica y la mercadotecnia de fachadas e iconos fugaces autoenfocados.

Galería

Notas

Notas
1 Para ser justos, también está cerca un anónimo flamenco en el que la familia sagrada, gris, aparece rodeada de una corona de flores multicolores y me sugiere interpretaciones que prefiero dejar aparte para no caer en mi propia trampa.
2 En cuanto al término bodegón, me produce una sinestesia de vinazos, plumas, pellejos, mohos, labores de taxidermistas y escopetas arrinconadas, y no puedo tomármelo en serio por hermoso que sea el cardo de Sánchez Cotán o dramáticos los escorzos de las piezas de caza de Mariano Nani.
3 Una pregunta ociosa: ¿las mesas de Cézanne se inclinaban por la síntesis de puntos de vista y las de Cornelis de Heem lo hacían por el peso de la abundancia burguesa?

Perorata de la falsa resaca

Casque un huevo en un vaso procurando no romper la yema, añada sal, pimienta, salsa worcester y salsa de tabasco, y zámpeselo de un trago. Lo llaman ostra de la pradera y dicen que es uno de los mejores remedios contra la resaca, es decir, contra el estupor posterior a las sobreactuaciones. Cuenta Christopher Isherwood que, en Berlín, mientras el nazismo ascendía en el caldo de cultivo de la pobreza sazonado con las concesiones liberales -como hoy en toda la Unión Europea-, Sally Bowles solo se alimentaba de ese brebaje.

Me dan ganas de tomarme unos cuantos para amortiguar los sonajeros mediáticos consecutivos a la matraca de la democracia estadounidense. El baile entre el marchante de jarabe de serpiente almizclado y la vendedora de crecepelo alcanforado ha concluido y los hermeneutas encargados de explicar el devenir electoral del imperio en decadencia que apenas controla un tercio de la población mundial repiten que la sociedad está partida en dos siguiendo la consigna de la polarización, palabra resignificada y consagrada para desmagnetizar todos los matices, silenciar las preguntas y, si las hubiera, limitar las respuestas.

Las hipérboles y variaciones huecas encargadas a comunicadores de videotitulares sobre la alternancia de gestores -vieja como el hambre, pero la memoria se borra a pantallazos que hacen actual lo que cayó en el olvido- son excusas para no asomarse al caldero de las brujas de Macbeth, donde interactúan, bajo el conjuro espectacular, las infraestructuras de un enjambre de poderes cuya pasión por lo absoluto les prohibe mirarse a sí mismos desde fuera.

El liberalismo consiste en que quienes pueden pagarse las libertades las utilicen para aumentar sus ingresos y adquirir nuevas libertades. Eso incluye, por supuesto, la libertad de ganar las elecciones. La banda sonora del negocio samplea ruido de armas y silencios de aplicaciones financieras. La representación desmesurada rellena las grietas del guión con falacias y convence a los presuntos espíritus críticos de que, si por azar la población desesperada llegara a provocar la catarsis de los pudientes, los arrastraría con ellos. Los totalitarios, por supuesto, siempre son los otros.

El circo resultante me recuerda las pinturas de Jim Shaw revividas en un juego de íncubos y súcubos sofistas convocados en ceremonias platónicas sin caverna. No hace falta el muro de las sombras: da igual que se vea el consejo de administración.

Será mejor poner dos huevos y el triple de tabasco.



Seamos realistas

Se ha celebrado en Santander uno de esos cientos de congresos de moda sobre inteligencia artificial y la prensa mejor financiada, que se apunta a todos los bombardeos de propaganda y a la propaganda de todos los bombardeos, ha estallado en delirios elogiosos. Proclaman que nuestra localidad ha sido epicentro de la revelación y lo confirman con posados a toda página de políticos, tecnogurús, accionistas y comparsas, todos encantados de comulgar y recitar frases providenciales.

Mientras gobiernos formados por seres humanos se dedican a exterminar a miles de miembros de su especie, proliferan en los medios las declaraciones de bustos etiquetados como expertos declarando imposible que la llamada inteligencia artificial iguale a la mente humana. Que presuntos científicos crean en la absoluta improbabilidad de algo me da casi más miedo que la alianza entre Skynet, Omni Consumer Products, la Weyland-Yutani (‘Construyendo mundos mejores’), la Corporación Triple Toldo, Chiquita Brands, la maraña extractiva y los devotos de Theodor Herzl. Pero los titulares prefieren la doctrina del falso problema y la tiranía de la impronta moral del origen. La prueba de Turing habita en cada contradicción como un escollo insalvable: si la cosa y su imitación son indiscernibles, poco importa con cuál tratemos. Desde el primer fotograma, estaba claro que al menos un terminator, obra maestra del pop-art, tenía que ser buena persona pese a su programa y que el temor a la singularidad neomilenaria en que las máquinas tomarán el mando no es más que un señuelo.

En todas sus instancias y por mucho que se distancie de su origen, la inteligencia artificial no es más ni menos que la prolongación de la humana mediante instrumentos que aprenden de lo que ya existe y no sé si se puede distinguir donde empieza una y acaba la otra. Ocurre lo mismo con la política y la guerra. Al fin y al cabo, siendo optimistas, los humanos seguiremos reconociéndonos como primates cuando nos hayamos convertido en cyborgs o lo siguiente. Pero, por supuesto, el algoritmo de aprendizaje puede producir resultados estúpidos, criminales o todo lo contrario, aunque esto, dadas las premisas y las narraciones que las interpretan, parece mucho más difícil.

Por otra parte, creo que la retórica en torno a la idea nebulosa que el lenguaje ya deifica como “el algoritmo” (otro tema laberíntico: el doblepensar de las antonomasias…) es muy útil para camuflar, en un mundo lleno de hermeneutas autorreferentes (los nudistas de un poco más abajo, por ejemplo) la tradicional habilidad con que el liberalismo perfecciona su despiadado pragmatismo fomentando el fascismo (muchas de sus ascensiones salieron de elecciones limpias, debates parlamentarios y posibilismos moderados). Quizá el dios algoritmo ya comprendía antes de salir a escena la debilidad de toda la parafernalia lírica, mágica, autodisidente, atomizada y voluntarista con que las escasas izquierdas se presentan en pelotas en los medios y amenazan con rasgarse las vestiduras.

De todos modos, los creyentes mantendrán la fe en que una inteligencia separada de su origen humano caminará hacia una perfección paradójica similar a la del Multivac de Isaac Asimov, que desde 1956 repite la misma respuesta (“Los datos son todavía insuficientes para una respuesta esclarecedora”) a la pregunta sobre una hipotética reversión de la entropía y lo hará durante millones de años, y resolverá el enigma cuando no haya nadie a quien decírselo, excepto a sí mismo, y, ante el caos, tendrá que ordenar: “¡Hágase la luz!”…

Otros preferimos pensar que el problema reside en la pregunta y que tanta luz deslumbrante facilita los bombardeos.



La tauromaquia es arte

Creo que sólo las personas que conciben el arte como algo sagrado, mágico y mayúsculo pueden afirmar en serio que la tauromaquia no es arte.

Parecen necesitar una prevención, un bautizo implícito o una vacuna que garantice la asepsia del gozo artístico frente a la probabilidad de que exista algún pecado original subyacente en la emoción estética.

Sin embargo, es mucho más sencillo señalar que el espectáculo representado por un toro (a su pesar) y un humano en busca de gloria de artista (habrá quien diga que le falta humanidad, pero quizá le sobra) ante un público entregado a una condición de masa cerrada (en busca, a su vez, de descarga, que diría Canetti) se basa en la tortura de un animal, es decir, en algo que debería ser rechazado por pura y simple empatía ante el dolor ajeno. ¿Qué más da que sea arte en cualquiera de los sentidos del término?

Algo similar sucede con la idea de cultura. Es evidente que el contenido cultural de la tauromaquia es elevadísimo. Está llena de imágenes, palabras, códigos y sonidos en todos los formatos; es un sistema de comunicación exclusivo y excluyente con una larga historia de pinturas rupestres, laberintos cretenses, cuadros de animales mutilados arrastrados por los alberos y diestros de trajes hemochorreantes, festines de peñas, clarines autoritarios y cabezas cortadas expuestas entre divisas, estoques, capotes y banderillas cruzadas. Y también epopeyas cordobesas, sátiras de Berlanga, cuentos de toreros y reinas moras, taleguillas desbordadas huyendo de mancebías, novelas de tardes, transeúntes y arena… Incluso banderilleros fusilados por los fascistas junto a maestros de escuela y poetas… Todo lo cual hace o no impide que la tauromaquia me resulte repugnante.

Se la quiere expulsar del arte porque se considera que el arte es sagrado y se debe garantizar la supervivencia de sus manifestaciones; que sólo el arte explica el arte, como sólo la teología explica a Dios o -alarguemos el argumento- que sólo la gastronomía explica el hambre: falacias líricas de carga hueca contra la realidad que erosiona los museos, arruina las fiestas y encarece los manjares.

El arte no es inocente ni lo ha sido nunca. Cada vez parece más claro y para más gente que sólo es sincero cuando se reconoce como disfraz. Pero, pese a la fragmentación contemporánea del aura y todas las distinciones e intentos de resituar la sacralización como máscara (el dinero y la sociedad espectacular la veneran como buen fetiche mercantil), cuando se está en contra de alguna actividad artística, para desmontarla, hay que quitarle primero la condición de arte para disolver el solemne tabú que la protege y determina la declaración administrativa del poder que la fomenta y subvenciona.

Las campañas que insisten en que la tauromaquia no es arte ni cultura (los taurómanos insisten además en sus virtudes ecológicas: ¿qué sería de los toros si no los torturasen?) se adentran en un pantano de definiciones y contradicciones.

Con lo sencillo que es afirmar que ninguna manifestación artística tiene un valor absoluto y desear que algunas desaparezcan.