Gracias a André Gorz aprendimos que el trabajo asalariado es, como sospechábamos, una tortura. Además, escribió un texto sobre el automóvil que conviene recordar de vez en cuando. He aquí un párrafo:
Paradoja del automóvil: en apariencia, proporcionaba a sus propietarios una independencia ilimitada porque les permitía desplazarse a las horas y por los tinerarios que ellos eligieran a una velocidad igual o superior a la del ferrocarril. Pero, en realidad, esta autonomía aparente tenía como reverso una dependencia radical: a diferencia del jinete, del carretero o del ciclista, el automovilista iba a depender para sus necesidades energéticas, como por otra parte para la reparación de cualquier avería, de comerciantes y especialistas en carburación, lubrificación, iluminación y cambio de piezas. A diferencia de todos los propietarios anteriores de medios de locomoción, el automovilista iba a tener una relación de usuario y de consumidor -y no de poseedor o amo- con el vehículo del cual, formalmente, era propietario. Dicho de otro modo, el coche le iba a obligar a consumir y a utilizar una gran cantidad de servicios comerciales y de productos industriales que sólo le podían ser proporcionados por terceros. La autonomía aparente del propietario de un automóvil encubría su radical dependencia.