No me apetece nada escribir sobre este asunto. Me aburre. No me da ni pereza; la pereza es un estímulo lleno de paradojas. Me la trae floja, vamos. Pero, por otra parte, ¿por qué no va uno a escribir sobre lo que le apaga la libido? Total, Freud está crepuscular y sus términos sirven para todo, como las palabras que afloran por ahí -creatividad, tejido cultural, agentes culturales, economía del ocio…- en un tobogán de consignas.
Los curiosos incidentes entre la Fundación Santander Creativa (FSC) y el Ayuntamiento de Santander y la Fundación Botín (FB), presentados como un proceso de desarticulación de no sé qué urdimbre, no me parecen sino la manifestación de un acuerdo fundamental. O sea, un conflicto falaz donde sólo se discuten pequeñas áreas de poder y algunos beneficios personales dentro de las reglas del juego que todos aceptan.
El dinero va, viene, fermenta en propagandas y desgravaciones y a veces produce espejismos curiosos, como que las ideologías de ambas fundaciones son cosas diferentes o inexistentes. Pero una es parte fundamental de la otra. Así que, si la FSC sucumbe porque la FB recorta gastos, será a causa de su propia condición.
Hay una evidente reordenación del dinero que aporta, desgravando, la fundación bancaria (y el propio Banco de Santander, a cargo, creo, de su departamento de Comunicación: de nuevo la propaganda) para hacer ese espectáculo que llaman cultura, que no es sino un conjunto de actos administrativos con efectos discutibles sobre el ocio de la población.
Resulta patética la aparente lucha entre el Ayuntamiento y la FB, que parece ir a trasladar su dinero a otras cosas precisamente cedidas por la sumisión del municipio. Los próceres de la ciudad manifiestan la torpeza del que sabe que su pelea no es más que un acto de mendicidad.
Los más afectados son los profesionales de la gestión cultural. Los de ámbito o encomienda públicos son como los profesionales de la política. Sólo se diferencian en que los primeros no han alcanzado todavía el descrédito que tienen sus homólogos. Y los que trabajan para el sector privado son comerciantes y están obligados a presentar su producto como el mejor, pero muchos de ellos saben que sin subvenciones no sobrevivirían sus negocios. Manda el mercado. No pueden negarlo, pero intentan soslayar el hecho pidiendo que se supla su debilidad inversora, se les cree la clientela y se les cubran pérdidas con la coartada de la cultura municipal, concepto que reúne todo tipo de manifestaciones.
Se trata, pues, de forzar la mano invisible entregando el dinero que debería ser gestionado por las instituciones a cambio de conseguir más creando una estructura semiprivada permanente que aparta de la gestión municipal directa la organización de un área concreta de lo que debería ser parte de la soberanía ciudadana. La oposición política, por lo visto, no tiene gran cosa que decir al respecto. Es decir, no tiene alternativa a la ideología dominante en el tema y tiende a ver en la FSC algo intocable -porque sustenta el beatífico “tejido cultural”- o divaga elogiando la labor y no la forma. Por lo visto, la forma ya no lo es del contenido.
Sin embargo, todo es ideológico, y la clave está en fomentar una mezcla de circo televisivo, promoción hostelera musical, vanguardia acrítica (oxímoron perfecto), incluso diversidades y divergencias homologadas y mínimas suplencias de servicios sociales, mezclarlo todo en planos veloces y echarlo al saco de neón de la creatividad. Insisto en lo de la ideología. Precisamente el pretexto es su negación, la falsa neutralidad. Como en esas películas asépticas en las que todos asumimos que los que ganan tienen razón. Es más: ya lo sabíamos desde el principio. Al fin y al cabo, mandan los que apoyan a los que ganan las elecciones.
No sé si hace falta decir que en el fondo de todo está un reparto de dinero sin debate previo sobre los contenidos, las funciones, la relación con la educación o el aprendizaje, la realidad social de los distintos espacios urbanos y los actores y espectadores. Una barra libre que cuenta concurrencias y pasa sin huellas. No crea ni transforma, pero afirma lo contrario con desparpajo hipster y simpáticas rotondas que se tienen por audaces.
Nada de esto va a detenerse si cierran la FSC, pero que nadie me pida que la apoye. No tiene la misma importancia, pero estoy tan en contra de ella como de la privatización de la educación o la sanidad. Y además todo indica que el Ayuntamiento está buscando forzar cambios en el mismo sentido privatizador en otras entidades y ampliar el ámbito con nuevos inventos, como esa de pronto resonante Fábrica de Creación (de nuevo la palabra, ya claramente como producto industrial) y otros complementos paralelos al cajón usurpador de paisajes que nos va a situar en la contemporaneidad de la burbuja de los contenedores artísticos. Un asunto que ya se debate en otras latitudes y está fracasando en bastantes. Pero aquí FSC, Ayuntamiento, FB y Gobierno autonómico comparten esa retórica y siguen en lo suyo, escenificando los microeventos cotidianos, los eventos-panacea (casi siempre “fracasos” rentables para la minoría) y en general la fachada de una ciudad al borde del PGOU, es decir, de otro abismo para la mayoría.
El caso es que, ocurra lo que ocurra con la aportación de la FB a la FSC, ningún dinero va a salir del circuito establecido, que además se diversifica cada vez más en conceptos y edificios y fanfarrias. Algunas empresas y agentes culturales se verán perjudicados, claro. Pero otros nuevos o viejos los sustituirán. Cosas de la competencia. Trucada por la banca, pero competencia.
La FB ha puesto en marcha los vasos comunicantes de grosor variable, con la FSC como tubo obligado a adelgazar, pero el recorrido es el mismo, la inversión la misma y la ingeniería financiera la misma. Se cumplen las leyes de la trama y la urdimbre y estoy por apostar que el siguiente movimiento de dinero será de manos públicas a privadas. O sea, como siempre. Es una apuesta fácil. Y aburrida.