Luxemburgo

Su-Mei Tse (con Jean-Lou Majerus), 2009. Tinta, piedra y hierro fundido, 220 x Ø 450 cm. Colección Mudam Luxemburgo

Su-Mei Tse (con Jean-Lou Majerus). Many Spoken Words (2009). Tinta, piedra y hierro fundido, 220 x Ø 450 cm. Colección Mudam Luxemburgo.

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Caballo de Mimmo Paladino

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No tengo claro por qué fuimos a Luxemburgo aquella vez. Creo que fue por azar, quizá por una lectura aleatoria del calendario.

Luxemburgo está hecha sobre bloques acantilados. Desde la ciudad moderna se ven, abajo, entre árboles frondosos, los tejados de la ciudad medieval como una pizarra en blanco, porque son de pizarra gris oscura.

Es la capital de un Gran Ducado. No llega a Reino, pero dicen que es un paraíso fiscal, es decir, que su riqueza (segunda renta per cápita mundial) proviene de un consenso internacional que le autoriza a beneficiarse de la evasión de impuestos de las multinacionales más importantes. Como para confirmarlo, la mayoría de la gente parece vivir muy atareada y hacerlo en un oasis. A veces, ponen emoticonos sonrientes en las marquesinas.

Todos los súbditos del Gran Duque hablan por lo menos cuatro lenguas, y da la sensación de que lo entienden todo aunque les pregunten en el idioma más ajeno del planeta.

No podía estar en mejor sitio la obra de Su-Mei Tse Many Spoken Words (Muchas palabras dichas) (2009, en colaboración con Jean-Lou Majerus) que en el Museo de Arte Moderno de Luxemburgo, su tierra natal.

Dice la artista que buscaba expresar el proceso completo de creación del lenguaje, el modo en que un pensamiento inicial o una idea se desarrolla, primero en palabras habladas y luego en palabras escritas. Se trata de una fuente con estanque, de estilo barroco, por la que mana un flujo continuo y rumoroso de tinta negra.

Esa polifonía artística y lingüística no impide una cierta amargura uniforme en los edificios que rodean al museo, demasiado grandes, demasiado limpios, demasiado bien hechos. Perfectos y rodeados a su vez de obras expansivas. Pero Luxemburgo, lo viejo y lo nuevo, es un lugar del que es difícil quejarse, aunque me he acordado de ese viaje porque de pronto el país más pequeño del Benelux que nos enseñaban en las escuelas de antes de la Unión Europea (también estaban la CECA, el EurAtom y el Bloque del Este) se ha vuelto últimamente un poco más malvado por culpa de las indicreciones de Juncker, todo un emblema.

Durante nuestra visita, no hubo ni un momento de disgusto. Ni siquiera cuando supimos que la casualidad había enviado al futuro una exposición de Raoul Dufy. Tampoco nos molestó comprobar que la democracia, la cultura, la convivencia armónica entre gentes de origen diverso, son cosas de ricos. No puedo hacer a esas gentes burguesas y amables culpables del desequilibrio ni ante una obra lírica, bella, repleta de historia y a la vez sencilla, de una artista, hija de un violinista chino y una pianista inglesa, que establece una reflexión calmada sobre el arte, el lenguaje y la historia del pensamiento gracias a que una profunda desigualdad ha producido riquezas ingentes.

El lema nacional afirma que quieren seguir siendo como son. Aquí no pasa lo mismo.

Las fotos que hicimos no son muy buenas, pero hay una fuente de tinta, un smiley y un caballo quizá troyano que me parece que ya no está allí.