El tipo dice:
-Me dan mucho asco los que revuelven en la basura.
No hay metáfora en la frase. Y parece sincero: tiene cara de asco, habla con asco; expresa un asco que amenaza con hacerse permanente.
-Ha pisado una mierda -le dice, respetuoso, el camarero.
-¿Qué?
-Que huele usted mal. Ha debido de pisar una mierda. De perro, supongo.
Se mira las suelas de los zapatos. Las muestra al público. Están limpias.
Pero mantiene la cara de asco:
-Es que me molesta tanta tontería -dice ahora, y nadie parece saber a ciencia cierta de qué está hablando, pero tampoco hay expresiones de sorpresa. Se ha instalado la idea de que el sujeto asqueado hiede.
Es uno de los primeros días del calor canicular, cuando la tarde se bifurca entre la cerveza y el café con hielo en un bar-limbo en el que los escasos clientes hablan y se responden o callan sin hablarse ni responderse ni callar. Nadie conoce a nadie, nadie quiere saber nada y de vez en cuando entra alguien y dice algo que parece extraído de un contexto muy lejano aunque venga de la calle que se aburre a contraplano en una humedad de 90%.
-Qué calor -dice uno, y todos le dan la razón mientras lo miran como si acabaran de constatar que se trata de un perfecto imbécil.
-Y las moscas -dice otro.
Entonces, en simultáneos procesos automáticos, elaboran discursos coincidentes sobre las moscas de antaño, que eran más, más grandes, más repugnantes y de un repulsivo color acero.
-La gente duerme en cualquier sitio -se queja el de la basura.
-¿…?
-En verano, los sin techo se esconden menos -dice el camarero.
-Enseguida se instalan a dormirla.
-Ahora todo son instalaciones. También en los museos. He visto un reportaje sobre una cama deshecha.
-No siempre están borrachos.
-Da igual. El caso es que duermen en la calle.
-Y en los cajeros automáticos. Y no se te ocurra dejar el portal abierto.
-Mi primo dejó el portal abierto y se llevaron un espejo enorme que tenían. Era carísimo. No tenían que haber despedido al portero.
-El caso es que, en cuanto encuentran un rincón, lo llenan de cartones y de toda la basura que sacan de los contenedores y se acomodan. El Ayuntamiento debería hacer algo. Como en Londres.
-Cada vez hay menos cajeros automáticos.
-Los de las preferentes los pintarrajean.
-Yo no puedo dormir delante de un espejo.
-¿Qué hacen en Londres?
-Ponen en los huecos de las manzanas y debajo de los puentes y en los pasadizos pinchos de cemento y barras de hierro para que estén incómodos, y aros en los bancos para que no puedan tumbarse.
-Como aquellas jaulas de la Inquisición: ni de pie ni sentados ni tumbados, imposible dormir.
-En Madrid también lo hacen.
Tratan de encajar Madrid y Londres en una proposición comparativa. Renuncian.
-¿Está prohibido dormir en la calle?
-Aquí han empezado a poner sillas en vez de bancos. ¿Será por eso?
-Igual sí.
-Es cosa del diseño urbano. Lo dice el periódico.
-¿La prohibición tiene que ver con el diseño?
-Eso es toda una industria, ¿no?
-Creará empleo, seguro. Hay que sacar empleo de donde sea.
El tipo que hablaba de las personas que buscan en la basura se va. El tedio queda libre de un olor muy desagradable.
-Hambre -dice el camarero-. No me salía la palabra.
-Y sueño -dice alguien-. Un café solo, por favor.