En la instalación playera de Martial Rayse en el centro Pompidou-Metz, la estrella es un juke-box mucho más luminoso y curvo que los que había en los bares de nuestra adolescencia, que eran cuadrados y grises, pero éstos también concedían un par de minutos de alegres deseos a cambio de una moneda. Creo recordar que Peter Handke escribió un ensayo sobre esos aparatos. Lo apunto como lectura pendiente, otra de tantas. Nunca vi ningún juke-box en la playa; no sé si lo imaginé alguna vez. Es posible que en algún chiringuito, por la noche. ¿En qué película o novela alguien ponía canción tras canción en un bar vacío mientras esperaba algo o a alguien bajo la mirada aburrida del camarero que sacaba brillo a los vasos? No me acuerdo. Pero me estoy acordando de los cuadros de Edward Hopper. ¿Estaré contando un cuadro suyo?
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Días sin obras
Antes de que los estadounidenses abrieran el Canal de Panamá, lo intentaron los franceses. La empresa fue impulsada por Lesseps, que había triunfado en Suez abriendo una zanja en el desierto con ideas que no pudo aplicar en la selva. El intento duró más de diez años. No existe un dato aceptado sobre las vidas que costó, aunque se considera que fueron más de 20000. Por lo visto, es mucho más difícil calcular en vidas que en dinero porque los seres humanos son fácilmente reemplazables. Por eso el escándalo de la excavación inacabada, una gran tumba, sólo fue financiero.
Los promotores abandonaron; los obreros supervivientes, venidos de todas partes del mundo, fueron despedidos y repatriados. Los hospitales construidos para apenas paliar los estragos de la malaria, las residencias de los ingenieros, las carreteras, los terraplenes, los talleres, las grandes dragas, las excavadoras a vapor, las líneas telegráficas y telefónicas, todo fue entregado al regreso de la selva a lugares con nombres de arquitecturas fantásticas, como el desviado río Chagres o el tajo brutal de La Culebra.
Mientras los franceses fracasaban y comenzaban a definir el retroceso de Europa, los norteamericanos iban cimentando la política que conduciría a la separación de Panamá de Colombia y a la conclusión del paso que dividiría las Américas.
Durante los años de inacción entre los dos proyectos de juntar los mares, el periodista Richard Harding Davis visitó la zona y se sorprendió del raro orden en que encontró los edificios, herramientas y maquinaria. Pese al empuje de la vegetación, las cosas presentaban una calma cartesiana, inquietante, como de un cuartel rendido sin perder la disciplina a un ejército enemigo que no tuviera prisa por ocuparlo.
We had read of the pathetic spectacle presented by thousands of dollars’ worth of locomotive engines and machinery lying rotting and rusting in the swamps, and as it had interested us when we had read of it, we were naturally even more anxious to see it with our own eyes. We, however, did not see any machinery rusting, nor any locomotives lying half buried in the mud. All the locomotives that we saw were raised from the ground on ties and protected with a wooden shed, and had been painted and oiled and cared for as they would have been in the Baldwin Locomotive Works. We found the same state of things in the great machine-works, and though none of us knew a turning-lathe from a sewing-machine, we could at least understand that certain wheels should make other wheels move if everything was in working order, and so we made the wheels go round, and punched holes in sheets of iron with steel rods, and pierced plates, and scraped iron bars, and climbed to shelves twenty and thirty feet from the floor, only to find that each bit and screw in each numbered pigeon-hole was as sharp and covered as thick with oil as though it had been in use that morning. |
Habíamos leído acerca del lamentable espectáculo ofrecido por locomotoras y maquinaria valoradas en miles de dólares que yacían pudriéndose y oxidándose en las ciénagas, y como nos había interesado al leerlo, estábamos aún más ansiosos por verlo con nuestros propios ojos. Sin embargo, no vimos ni máquinas oxidadas ni locomotoras medio enterradas en el fango. Todas las locomotoras que encontramos estaban firmes sobre el terreno y protegidas con cobertizos de madera, y habían sido pintadas y engrasadas y atendidas como lo hubieran hecho en las Industrias Baldwin en Filadelfia. El mismo estado de cosas encontramos en los talleres, y aunque ninguno de nosotros conocía ni el torno de una máquina de coser, podíamos al menos comprender que ciertas ruedas podrían mover a otras si cada cosa estaba en su lugar, y así hicimos a las ruedas dar vueltas y perforamos agujeros en hojas de hierro con varillas de metal y horadamos chapas y recortamos barras de hierro y trepamos a estanterías situadas a veinte y treinta pies del suelo, sólo para encontrar que cada pieza y tornillo relucía en su casilla numerada bajo una capa de aceite como si hubiera sido usado esa mañana. |