Está uno en la cafetería y tiene que prescindir de la lluvia que persiste al otro lado del cristal multiplicada por esas carreras sin velocidad para escuchar la historia del botánico, reparador médico de plantas que desprecia a su mujer porque ella no tiene una profesión clínica, como os lo digo, y cuyo hijo quiere ser profesor para tener muchas vacaciones y poder estar con sus hijos el tiempo que su padre no está con él porque está tratando de sacar adelante por orden alfabético abutilones, acalifas, alegrías, amarilis, begonias, buganvillas, incluso bonsáis, camelias, crotones preñados de látex, dioneas atrapamoscas empachadas de moscas, guzmanias, petunias, tradescantias o zebrinas, con lo que gana mucho dinero para luego llegar a casa y hacerle saber a su esposa entre las azaleas que todo cuanto ella hace está mal hecho. Y la luna y el sol se suceden sin desacuerdos entre sus luces en estas lluvias de diciembre, cuando sin embargo por todas partes salen de la nada músicas de guiñol y molinillos de viento.