Uvas de rara luz

En la exposición de obras de la colección del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander (MAS), dos cuadros de Johann Conrad Eichler (1688 – 1748, conocido como Wollust) me producen una fascinación inesperada.

Están en un rincón discreto, rodeados de imágenes sacras de sus contemporáneos y cerca del paisaje desde el que Josefa de Óbidos se despide del corazón volador(1)Para ser justos, también está cerca un anónimo flamenco en el que la familia sagrada, gris, aparece rodeada de una corona de flores multicolores y … Continue reading. Son dos ventanas pequeñas abiertas en un ambiente de confesionario entre ruinas, dolores y admoniciones.

Creo que no merecen ese entorno, esa presencia del peso insoportable de la historia, ni la fúnebre denominación romance de naturalezas muertas(2)En cuanto al término bodegón, me produce una sinestesia de vinazos, plumas, pellejos, mohos, labores de taxidermistas y escopetas arrinconadas, y … Continue reading. Pertenecen a la vida quieta germánica (still life, stilleben…), la calma que permitía al barroco nórdico introducir en la exuberancia vegetal instantáneas de ruiseñores copulando(3)Una pregunta ociosa: ¿las mesas de Cézanne se inclinaban por la síntesis de puntos de vista y las de Cornelis de Heem lo hacían por el peso de la … Continue reading. Wollust, por cierto, significa lujuria, aunque aquí no recurre a ningún movimiento explícito y muestra los vegetales a la rara luz de las uvas mientras la ausencia de escenario (pero, ¿no hay al fondo vislumbres de paisajes tormentosos?) permite establecer relaciones sin excusas exteriores.

Libres del peso de loas, alegorías o solemnidades explícitas, a salvo de figuras humanas, mitos, héroes, oficios y pasiones, esos lienzos hacen aflorar el alimento elemental de la mirada en la experiencia -no exenta de desafíos, como ese inquieto esplendor en la espesura- de la materia pictórica.

A la vez, parecen sonreír ante la pompa (¿quién pagará el rescate si estalla la burbuja?) dominante en el arte actual, grandilocuente, ensimismado, mixtificado, mixtificante y absorto en la retórica acrítica y la mercadotecnia de fachadas e iconos fugaces autoenfocados.

Galería

Notas

Notas
1 Para ser justos, también está cerca un anónimo flamenco en el que la familia sagrada, gris, aparece rodeada de una corona de flores multicolores y me sugiere interpretaciones que prefiero dejar aparte para no caer en mi propia trampa.
2 En cuanto al término bodegón, me produce una sinestesia de vinazos, plumas, pellejos, mohos, labores de taxidermistas y escopetas arrinconadas, y no puedo tomármelo en serio por hermoso que sea el cardo de Sánchez Cotán o dramáticos los escorzos de las piezas de caza de Mariano Nani.
3 Una pregunta ociosa: ¿las mesas de Cézanne se inclinaban por la síntesis de puntos de vista y las de Cornelis de Heem lo hacían por el peso de la abundancia burguesa?

María Blanchard, un desnudo y un vestido

María Blanchard. Desnudo femenino de pie (Eva). Óleo sobre lienzo. 197,5×82,5 cm. 1912. Von der Heydt-Museum. Wuppertal.

María Blanchard.La comulgante. 1914. Óleo sobre lienzo. 180×124 cm. Museo Reina Sofia. Madrid.

Sólo dos años separan estos cuadros de María Blanchard. El primero, ‘Desnudo femenino de pie (Eva)’, lo pintó en París en 1912 y osó exhibirlo en 1915 en Madrid, donde obtuvo sobrados motivos para no volver a exponer en España. Entonces ya había pintado el otro, ‘La comulgante’, de 1914, pero no lo expondría hasta 1920, en el Salón de los independientes de la capital francesa, cuando el mundo proclamaba uno de tantos falsos regresos a la normalidad y ella estaba preparada para afrontarlo retomando la figuración sin olvidar lo aprendido en la vanguardia.

Durante seis años, se había centrado en el cubismo, pero ya antes estaba ahí esa reinterpretación del desnudo por antonomasia (casi siempre unido al de Adán, claro, excepto en la escena crucial de la serpiente) en el expansivo ámbito judeocristiano, que parecía destinado a borrar todos los desnudos paganos y acabó reforzándolos. Con ella, el arte integró la paradoja de multiplicar el instante en que el nudismo fue expulsado del paraíso. Eva y su contexto: la culpable, el marido engañado y los últimos desnudos del Edén. El ángel con la espada puede adquirirse por separado.

Esta Eva es una suma de ausencias. No parece arrepentida. Es una Eva exultante y preadanita. Al verla rodeada de oscuridad, sabemos que no hay nadie agazapado en un rincón masculino de ese supuesto espacio ajeno a la Creación mayúscula. En el universo del cuadro, la mujer se ha adelantado; Adán no ha sido modelado; ella pisa el barro y no parece echarlo en falta. Aquí no cabe plantear una inversión del interesado y nada convincente mito de la costilla.

El desnudo se perfila con la refracción de una belleza sumergida. Los trazos característicos de la autora remarcan y vibran a la vez. Las manos largas, primitivas, contradicen las de la María real que tanto gustaban a Diego Rivera -Adán desmesurado-, y se abren paralelas a los pies nudosos mientras la torsión del cuerpo niega el equilibrio. El rostro ha recogido las lecciones de Van Dongen y de las máscaras africanas que aquella horda de Montmartre convirtió en arte para apropiárselas.

Me había propuesto esquivar la evidencia del autorretrato, pero he decidido cumplir con la obligación de mencionar la discapacidad física de María Blanchard para burlar el tópico de su presunta debilidad. Se repite demasiado su deseo frustrado de pintar muchas flores. Sin embargo, debió de celebrar con humor más o menos negro las caricaturas de Fresno y Bagaría y las casi caricaturas literarias de Gómez de la Serna y García Lorca (para eso están lo amigos) y desdeñar sin complejos la muy española crítica que tachaba de monstruosa la obra de la extraña mujer que triunfaba en la disoluta Europa. ¿Autorretrato? Pues sí, pero salvaje y desnudo, de cuerpo entero, abierto; despiadado, y no sólo consigo misma.

Superado este remanso, visitemos a la comulgante en su dudoso recogimiento:

Su rostro descolorido está pintado con arrebol, desbordado por mechones negros. Mira con seriedad y aprieta el carmín. ¿No lleva demasiado maquillaje para recibir una hostia consagrada? Alrededor hay un palio-rebaño de ángeles-nubes, un cortinón púrpura, un reclinatorio a juego, un altar blanco como el vestido. El vestido: esa exageración de blondas, velos -obscenamente abiertos-, lazos, esa inflación de enaguas. Y ese pañuelo, ese misal, esa especie de cetro florido: esas armas que empuña con las mismas manos que Eva. Los pies están enfundados en hielo cerrado con corchetes, pero también son los mismos.

No encuentro otra explicación: Eva se ha soñado a sí misma como comulgante. El disfraz ritual es una pesadilla de la verdad desnuda. El cuerpo blindado con el hiperbólico envoltorio matrimonial de la ceremonia de deglución del sacrificio recuerda con rabia la osadía del origen. Parece estar diciendo: sólo soy deforme cuando me vestís con vuestros dogmas; después del espectáculo, buscaré un espejo y volveré desnuda al paraíso.

Esbozo sobre un cuadro de Ricardo Bernardo

Ricardo Bernardo expuso esta naturaleza muerta en 1930. El público de Santander, su ciudad, consideró este y otros cuadros una traición al espíritu de José María de Pereda con el que había identificado al pintor hasta entonces. Había viajado demasiado; se había topado con las vanguardias. No siguió el ejemplo de María Blanchard, que sólo volvía de visita. Menos mal que en otros sitios encontró más cómplices y espectadores. Aún así, lo pasó mal. Mejoró durante la República, pero hubo un golpe de estado. Tuvo que huir y falleció en Marsella en 1940 (1)Véase Ricardo Bernardo. Biografía de un pintor (1897 – 1940), de Esther López Sobrado. Ediciones Tantín, 1987..

No es uno de sus cuadros más conocidos. Dependiendo del catálogo, se le atribuye como título Tres objetos, Veramon y lata de aceite o, simplemente, Naturaleza muerta, aunque creo que el autor, que amaba la vida a pesar de todo, prefería Naturaleza quieta. Ignoro su paradero y sólo he conseguido esa imagen borrosa en blanco y negro. Podemos intuir la paleta de colores por otras obras y textos de la época, y espigar algunos objetos similares callejeando por internet.(2)El investigador Fernando Vierna me ha proporcionado la imagen en color del cuadro y la ficha técnica (óleo sobre lienzo, 120 x 80 cm., colección … Continue reading

El centro lo ocupa una mujer o un maniquí de rostro transido y cabellos de medusa con los brazos apresados en una caja del medicamento Veramon como si ésta fuera un bloque de cemento. El diseño es similar al de los anuncios de la época, pero parece que se ha forzado el escorzo. ¿Alude a la doble cautividad del dolor y a la dependencia del producto? El Veramon era una mezcla de Veronal, el hipnótico de moda durante años entre insomnes y suicidas, y amiropidina, muy eficaz contra el dolor, pero también muy peligrosa. La lata de lubricante para motor Atlantic y el pájaro de madera, ¿son precauciones contra la tentación de la interpretación en que este párrafo acaba de caer?

Nada nos impide elegir simbologías: la nada (hay mucho vacío en la mesa, que también es espejo), el vértigo, la fiebre de la mecánica lubricada; de nuevo, al fondo, la nada… ¿Nos tranquiliza más ver una buena representación acaso premonitoria de un mundo en guerra por la energía con las aves lignificadas como pretexto? Todas las relaciones, por supuesto, son probables.

Pero prefiero pensar que Bernardo no buscaba ni más ni menos que lo que Guy Davenport llamó desorden armonioso o, respetando la cronología (por no decir los fantasmas del momento), afirmar la omnipotencia del artista a la manera de los surrealistas, que consiguieron que los encuentros casuales dejaran de serlo, es decir, encararon la eterna mediación del arte y le dieron categoría de máxima sólo expresable con la frase de Ducasse (bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas) y sus ilimitadas variaciones.

Durante la exposición, Bernardo publicó un artículo(3)Autocrítica, diario La Región, marzo de 1930. en el que trataba de explicar sus intenciones y justificar su vanguardismo desde el punto de vista del derecho a la innovación de temas y objetos a la vez que apelaba a su atracción por la pintura renacentista. No hay referencia al surrealismo, como quizá deberíamos esperar. Imagino que se dejó muchas cosas en el tintero porque intentaba ser apreciado en su tierra no sólo por sus amigos y artistas cómplices. Luego vinieron la intensa ilusión republicana y la derrota.

Notas

Notas
1 Véase Ricardo Bernardo. Biografía de un pintor (1897 – 1940), de Esther López Sobrado. Ediciones Tantín, 1987.
2 El investigador Fernando Vierna me ha proporcionado la imagen en color del cuadro y la ficha técnica (óleo sobre lienzo, 120 x 80 cm., colección particular), obtenidas del folleto que conserva de la exposición que tuvo lugar en el Museo de Bellas Artes de Santander en 1997. Aprovecho esta nota para expresarle mi agradecimiento.
3 Autocrítica, diario La Región, marzo de 1930.

Abaño y Mombasa

Grafitis en el Fuerte de Jesús de Mombasa

Grafitis en el Fuerte de Jesús de Mombasa (Fuente: Wikipedia)

Entre 1631 y 1895, el Fuerte de Jesús, construido por los portugueses en Mombasa (Kenia) para reforzar su imperio colonial en África frente a los sultanatos del mar Arábigo, fue conquistado y recuperado nueve veces. Durante los largos meses de asedio, los soldados dibujaban barcos en las paredes. Uno de los primeros libros de arte que leí mostraba una imagen de esos dibujos y los consideraba la expresión de un anhelo de rescate. Esa es una de las funciones de las artes aunque muchas veces no nos atrevamos a decírnoslo: necesitamos que nos liberen de los cautiverios cotidianos o, al menos, nos permitan recreos de locos desencadenados.

En las paredes de lo que queda del lazareto de Abaño (San Vicente de la Barquera, Cantabria) hay barcos del siglo XIII pintados por manos más oficiales, heráldicas, pero mucho peor conservados.

Pinturas del lazareto de Abaño (San Vicente de la Barquera) – Fuente: Lista Roja de Hispania Nostra.

Según el investigador José Luis Casado Soto, son “un testimonio único de las tipologías navales que protagonizaron la expansión oceánica ibérica”. Entiendo que la intención era loar los antecedentes náuticos de los soñados en África (Portugal pertenecía al imperio español cuando se construyó el fuerte), pero se están borrando y puede que lo haga el edificio entero. Se difumina el orgullo de los colonizadores pese a los esfuerzos y las impetraciones de los cruzados de la Historia sin historias, pero también se esfuma -y eso es lo que me molesta- el recuerdo de un lazareto que sin duda estuvo lleno de locura y deesesperación aunque en este caso no se cumplió el relevo de marginados que describió Michel Foucault: desaparecida la lepra, las leproserías albergaron, primero, a los enfermos de venéreas; sin embargo, enseguida demostraron ser más útiles como encierros de pobres, vagabundos, jóvenes de correccionales y “cabezas alienadas”. La Casa de la Orden de Lacerados Malatos de San Lázaro de Abaño siguió un recorrido más trivial, pasó a manos privadas y permanece abandonada. Sus barcos fletados como emblemas están más cerca del naufragio que los africanos de las glorias imposibles.

No recuerdo en qué libro descubrí los grafitis de Mombasa. Internet permite regresar a muchas cosas y reafirmar el olvido de otras. El fuerte es ahora un museo. Las paredes siguen llenas de navíos entrelazados que quizá nunca llegaron. Los gobiernos postcoloniales los respetaron porque explican cómo se forjó el mundo a base de guerras por los mercados de cosas y personas. En Abaño, la casa, la capilla, los barcos y el sentido del pasado, pero también de la sanidad y la pobreza, se hunden en un mar sin matices: nada de eso parece caber en el parque temático.

Sotileza y el color de la botabomba

En cuanto a Sotileza pregunto si el autor «jugaría del vocablo».
BORGES: «¿Por qué?».
BIOY: «Creo que sotileza no es sutileza sino algo del orden de carnada para la pesca».
Mi padre y Borges se muestran sorprendidos y yo me pregunto si no tendré un falso recuerdo.

Adolfo Bioy Casares. ‘Borges’.

Sotileza, la novela de José María de Pereda, ambientada a mediados del siglo XIX, cuenta el periplo de la huérfana Casilda por muelles, familias y clases sociales de la entonces muy portuaria ciudad de Santander.

Por si alguien presiente un cuento edulcorado, diré que más bien sigue la brutalidad de los cuentos primigenios, encargados de rectificar el mundo cuando éste tiende al caos.

Ese mundo, por supuesto, está delimitado por las palabras. Pero los puertos eran fronteras superpobladas y permeables. La mar amaba la variedad y la imprimía en el litoral.

Una novela portuaria puede jugar sin trabas (Pereda, como buen reaccionario, era a veces muy audaz) con las palabras, someterlas al resalsero y crear retroneologismos. El apodo de Casilda procede del carácter del personaje (no es mujer, es una pura sotileza…), pero, además, el autor -costumbrista- se permite añadir un sentido material asociado al trabajo de la pesca, que es la esencia más fuerte del libro: sotileza es el nombre que dan las gentes de la mar al bajo de línea, el hilo -impregnado de sangre y salitre- más tenue del aparejo.

La conversión de lo sutil en sotil no es nada nuevo, pero no he enontrado esa acepción en ningún sitio antes de 1895, año en que se publicó la novela. Que yo -un diletante- no lo haya encontrado no significa nada, por supuesto, pero de momento tengo que hacer como que no ha ocurrido. Estaré encantado si alguien me corrige.

Sotileza, el personaje, con su estática, sublime, casi obscena naturalidad, es una anomalía que vuelve a ser Casilda cuando deja de ser una suerte de metáfora ajena al mundo y acepta los designios de Pereda y la sociedad de su época.

Los símbolos, escisiones e intercambios entre nombres y apodos dan para mucha literatura, pero en esa obra hay otra palabra que, aunque juega un papel más trivial (pero muy expresivo: involucra al arte, las diferencias de ocios, la educación…), siempre me ha atraído porque sabía, o por lo menos intuía, que era cierta: botabomba.

La tenía subrayada en una especie de carnet de enigmas desde que me dio por hacer un logo-rally con el vocabulario de Sotileza.

Pereda la menciona tres veces en la novela y la define en el glosario como “droga muy barata que, desleída en agua, da el color amarillo claro”. Aunque la llama droga, no entra en detalles porque el interés está en la pintura. Uno de sus protagonistas la utiliza en sus cuadros para recrear “una mar borrascosa con cuatro descargas de añil, un velamen de polacra con una inundación de botabomba, y un casco y su aparejo con dos docenas de rayas”.

Han pasado años hasta que un tratado de Philip Ball sobre la invención de los colores y las similitudes fonéticas y descriptiva me han revelado que la botabomba es la gutagamba. Parecen palabras sacadas de historias de Hergé o Salgari: hechos coloniales pasados por la criba popular ultramarina.

Me hubiera bastado un poco más de perseverancia para averiguar mucho antes que, ya en el siglo VIII, en el sureste asiático, se utilizaba la resina desecada de los árboles gutíferos para obtener un producto de triple uso: veneno, medicamento diurético y purgante, y pigmento amarillo. Llegó a Europa en el siglo XIII y, desde las boticas, compitió en el arte con el amarillo indio, que se obtenía de la orina de vacas alimentadas con hojas de mango y era mucho más caro.

Los británicos llamaron a la resina gamboge (deformación de Cambodia); los franceses, gomme-gutte; los alemanes, gummigutta… Los españoles optaron por gutagamba, pero en el puerto de Santander se convirtió en botabomba.

Hoy es, digital y aproximadamente, el color del margen de este texto.

La ironía de Eros

Sarah Goodridge. Autorretrato, 1828. Acuarela sobre marfil (9.52 x 6.73 cm). Museum of Fine Arts, Boston.

Esa acuarela sobre marfil de 9,52 x 6,73 cm es para mucha gente una obra maestra del erotismo. Me cuento entre sus incondicionales.

Abundan los elogios por la luminosidad del material translúcido que, para desgracia de los elefantes, soporta la esencia de la pintura al agua y el envoltorio de tules propio de un regalo concebido para elevar la percepción a ese grado en que la memoria busca las repeticiones del deseo: un marco volátil que amplía el marco real. Cuando, además, sabemos que esa imagen de unos pechos juveniles es el autorretrato de una mujer madura surgido en una sociedad puritana, la discreta transgresión incita al éxtasis.

Es la miniatura que Sarah Goodridge envió al senador Daniel Webster en 1828. Lo había retratado varias veces; su correspondencia (sólo se conserva la escrita por él) da indicios de una intimidad intermitente a lo largo de los años. Webster estaba casado. Cuando enviudó, Sarah le obsequió el cuadro de sus senos desnudos, quizá para atraerlo al matrimonio, aunque él decidió casarse con otra.

La obra fue bautizada, no sé por quién, como Belleza revelada. Me inclino a afirmar que, más que una revelación o una provocación, se trata de un recordatorio.

Sarah GoodridgeSarah Goodridge era una miniaturista de éxito en una sociedad de símbolos ordenados en la que los pequeños retratos cumplían un papel de reconocimiento del arte de lo sutil, una especie de tímida ostentación que parecía (o simulaba) excusarse por no renunciar al lujo de los iconos privados cuando las imágenes todavía eran bienes escasas. La ausencia de erotismo manifiesto era otro componente del estado de los deseos. En uno de los textos más celebrados sobre la obra, The Revelated and the Concealed, John Updike señala: No hay nada parecido en las miniaturas estadounidenses, ni tampoco en la pintura estadounidense de la época. El desnudo, para los escasos e inhibidos artistas de la América del Norte colonial, era una cuestión de doncellas indias y deidades clásicas copiadas rígidamente de grabados europeos. Hasta mucho después de la Revolución (…), no hubo ninguna academia estadounidense donde los modelos en vivo posaran desnudos.

Es fácil aludir al disgusto o la decepción de la presunta amante, pero creo que hay más ironía que rabia en el regalo. Tampoco encuentro relación con las dogmáticas lágrimas del sexo que glosaron los psicoanalistas. No hay espacio para las solemnidades sadomasoquistas recreadas en el temor al vacío.

Para colmo, en el interior de la pieza aparece un detalle que reafirma lo diminuto: el lunar que ofrece a la vista el seno derecho. La mácula, una muestra de impecable realismo, insiste en la tentación para disipar o distraer la moral dominante; además, libera al conjunto de la abrumadora perfección y desvela y anticipa en un espacio mínimo la paradoja que el tiempo ha impuesto en los desnudos de William Bouguereau o Alexandre Cabanel: las venas azuladas de frío que busca la mente en La ola y la no menor frialdad casi urticante de El nacimiento de venus y otros defectos o excesos nos permiten hoy, corregidos por la memoria hedonista imposible de omitir, disfrutar del arte académico reconociendo las obscenidades que nunca quiso tener o la lascivia que quiso disimular.

La sinécdoque de la belleza rebelde de Sarah Goodridge, una expresión genial de ironía erótica, no necesita más profundidad que la de la piel ni más luz que la de 53,6 centímetros cuadrados para revolucionar los sentidos.

Madrid 1915: la exposición desintegrada

En 1910, María Blanchard y Diego Rivera habían trasladado sus vértigos a París. Ella tenía un estudio en la calle Vaugirard y él vivía en la de Bagneux. Estaban cerca, pero se interponía un convento. No es metáfora: no tendría sentido. Ella tenía 29 años; él, 24. En enero de ese año, se desbordó el Sena y los dos pintores quedaron aislados entre sí y de sus ambientes habituales. Debieron de pasar frío.

Rivera solía decir que María estaba enamorada de él, pero negaba cualquier reciprocidad. Sin embargo, la veía bella. Dejó escrito que “las suyas eran (…) las manos más maravillosas que yo haya visto nunca”. Aunque con muchas intersecciones, formaban una pareja llena de iniciativas, condenada a ser descrita con insistencia y énfasis en los contrastes (algo muchas veces innecesario y estúpido, como la mayoría de las caricaturas literarias y dibujadas que sufrieron), y se divirtieron corriendo por Europa en alegre confusión tribal y hallando sin buscar (1)Un relato bien documentado de las relaciones entre María Blanchard, su amiga Angélica Beloff (ambas conocieron a Diego Rivera durante un viaje a … Continue reading.

El caso es que, pasada la inundación, cuando más a gusto estaban, estalló la guerra. París se llenó de cánticos de retaguardia, desfiles y fantoches, y se vació de artistas. Era imposible ir a pintar al Bois Boulogne con todos los taxis requisados para desplazar tropas al Marne.

Diego y María huyeron a Madrid y entraron en la tertulia de Pombo, que era como entrar en los planes de Ramón Gómez de la Serna. Éste se empeñó en hacer una exposición a la que tuvo la osadía de llamar ‘Pintores íntegros’.

La mezcla era curiosa. La integridad ética definida con pasión lírica (conceptos útiles porque las aliteraciones hacían superfluas las explicaciones) servía para resolver la imposibilidad de integrarlos a todos en un ‘ismo’. En el texto del catálogo-invitación, Ramón prodigaba entusiasmo, declaraciones de amor y llamamientos a la comprensión.

Los expuestos eran cuatro: Agustín el Choco, escultor primitivista; Luis Bagaría, caricaturista popularizado por la prensa; Rivera, que avisaba al mundo de su intención de hacer los muros transparentes, y María, que todavía firmaba Gutiérrez Cueto y a quien -aunque ya había pintado la comulgante que le daría la fama en 1920- la vuelta a Madrid pareció exigirle un desahogo salvaje mientras se preparaba para sumergirse en los años cubistas.

La exposición se celebró del 5 al 15 de marzo de 1915. Las imágenes que se conservan son de muy baja calidad. Sólo los cuadros de Rivera se identifican fácilmente. De Blanchard son reconocibles el ‘Desnudo femenino de pie (Eva)’, ausente del catálogo, y el que en la actualidad se conoce como ‘Mujer con abanico’, del cual existen dos versiones, ambas fechadas (erróneamente, si la expuesta en 1915 con el título ‘Madrid’ no era otra anterior) en 1916: una se conserva en el MNCARS y la otra en una colección privada. No he conseguido ninguna fotografía de las esculturas de Agustín ni de los dibujos de Bagaría, salvo las que se atisban en un plano general de la sala, donde se amontonaban los objetos como un alijo capturado en una redada o unos hallazgos arqueológico. La crítica se dividió entre sarcásticos y lapidadores, con alguna excepción benévola.

El Choco mereció algún respeto porque sus figuras querían parecerse a lo que decían ser, cráneos sin explicaciones apelando a la simpatía por la locura. Luis Bagaría fue aplaudido como el dibujante de línea clara e ideas progresistas que ya triunfaba como portadista de la revista ‘España’, fundada por Ortega y Gasset y Luis Araquistáin. Sólo se le reprochó dejarse embarcar por el “simpático Ramón” en una exposición de delirios ajenos. El crítico Germán Gómez apuntó cáustico: “si no hubiera sido por los dibujos que en aquel salón exhibe Bagaría para que no nos enfademos, acaso hubiera habido colisiones personales”(2)’El popular’, 12 de marzo de 1915..

Lo de Rivera causó cierto estruendo. Gómez de la Serna le pidió que pintara su retrato y Diego representó al escritor en un mundo en vías de sintetización, lo cual fue motivo suficiente para que la policía exigiera retirar el lienzo del escaparate de la sala de exposiciones. No era inmoral, pero causaba estupor entre los viandantes. Diego, además, amenazó con expulsar a los críticos a bastonazos, como un gigante de opereta a los bufones; iba en serio (y en el lienzo aparece una pistola), así que Ramón le prohibió estar en la sala.

María se llevó la peor parte. Era mujer y pesaban sobre ella todos los cánones; no sólo los pictóricos. La “señorita Gutiérrez” esto, lo otro, sus pretensiones, su indiferencia ante el público… Todo servía para para afirmar que no debía haber hecho aquello, que sus propuestas “no se veían”, que sus telas eran confusas y violentas y que su camino tomaba una desviación nada aconsejable de los faunos y silenos de sus comienzos como becaria… Las manos maravillosas que había visto Rivera (y más: Lhote, Lipchitz, Gris, Tora Vega…) no convencían. La acusaban de haber abandonado la figuración en nombre de una sinrazón incomprensible. El representativo Gómez apuntó sobre su ‘Figura en movimiento'(3)La atribución de los títulos a los cuadros de la exposición y su correspondencia con el catálogo resultan confusas en las fuentes de la época y … Continue reading: “se muestra, en cueros, una señora horrible, con roña en pies y manos y una cadera dislocada”, para concluir preguntando para qué estaban los manicomios.

Los manicomios, podría haber dicho María, son las cajas chinas del academicismo. En todo caso, no parece que las críticas hicieran mella en su ánimo, aparte de confirmar que poco tenía que hacer en España. Volvería a la figuración cuando y como le diera la gana, faltaría más, después de haber explorado las posibilidades de la información exhaustiva y sin renunciar a la radicalidad. ¿Quién decía que aquella mujer pequeña y herida era débil? ¿Quién lo dice todavía?

El desnudo en movimiento de María sugiere el reflejo acuático de un baile funambulesco hasta que la vista se detiene en los pies aferrados a la tierra, y la memoria actual busca en los trazos del rostro algún parecido con los del burdel que Picasso había pintado en 1907, pero que no expondría hasta 1916, y las máscaras que tanto rodaron por los ambientes de las vanguardias hasta llegar incluso a lás páginas de sucesos. Cuando María, años después, volvió a la figuración, todas esas referencias se harían tan presentes como las habilidades geométricas que le aportó el cubismo.

En París, los ríos de tinta crecían con el anecdotario del arte, incluidos escándalos y condenas, pero en el Reino de España el evento no tuvo mucha resonancia a pesar de que todas las fuentes coinciden en en señalar una alta afluencia de público. Los medios liberales y progresistas, en general, optaron por las mofas. Pero algunos voceros católicos aprovecharon para soltar un odio histórico, trentino, apostólico y romano contra una muestra en la que no se mencionaba la religión, omisión que, por supuesto, nunca ha servido como excusa para los inquisidores. No podían perder la oportunidad de dogmatizar sobre la visión del mundo: tenían que conservar ese monopolio como fuera. Varios púlpitos de papel publicaron textos como este de ‘El Defensor de Córdoba’:

Ayer fué el último día de exposición de mamarrachadas cubistas, con la que, durante algunos dias, los pintores íntegros han divertido á algunos madrileños, enojado á los más y entristecido a muchos […]. Jamás pudo ocurrírsenos pensar en que había de sobrevenir un tiempo en el cual viéramos tamaña necedad y tan desatinada audacia […]. Entre la gente que acudió á la exposición, los que salían riéndose nos hacían la impresión misma que solemos sentir cuando vemos que alguien se rio al oir discursos incoherentes y presencia los desvarios de un vesánico […]. ¿Qué extraño es que algunos pobres ilusos hayan salido al público á enseñar lienzos rayados á tizonazos o manchados de colorines y que nos digan que son cuadros, maravillas de un arte nuevo y prodigioso y que Murillo y Velázquez eran unos desdichados imbéciles? […] No, no es extraño; la idea luminar de la presente pretendida civilización es el ateísmo […] ¿cómo, pues, estas sociedades no han de verse condenadas á perder hasta los más elementales conceptos de las cosas? […] Hoy, vedlo, ocurre lo mismo que ocurrió cuando en otro tiempo la soberbia humana pretendió escalar el cielo, ha sobrevenido la confusión de lenguas, más aún, la de los entendimientos y en todo y para todo. Ved esos pueblos donde ya las costumbres revelan lá perversión de las almas, en los escándalos del divorcio, en la inmoralidad repugnante de las danzas y las farsas… ¿Por qué los gobiernos dejan andar sueltos á esos maniáticos expositores?

La exposición, pese a los esfuerzos de escandalizados y escandalizadores, quedó una cita breve para la historia del arte. Era un acto demasiado inesperado, espontáneo y fuera de contexto, una especie de greguería sin resolver. Tampoco fue relevante para los artistas. Bagaría siguió con lo suyo. Choco, después de trabajar en el estudio del escultor Julio Antonio, debió de dedicarse a otra cosa. Diego siguió saltando con éxito entre amores y revoluciones. María probó fortuna en la enseñanza, pero no se adaptó y, en cuanto pudo, curada de espantos españoles, volvió a Francia y consiguió la aprobación de público, críticos y marchantes.

Notas locales

María Gutiérrez Cueto Blanchard era hija de la burguesía ilustrada cántabra que veinte años después sufriría, junto a las organizaciones obreras, la derrota de la Segunda República(4)María falleció en 1932 a causa del exceso de trabajo y la tuberculosis. Su hermana Aurelia sería asesinada por los golpistas en 1936.. Había sido becada por el Ayuntamiento de Santander, pero, aunque mantuvo las relaciones familiares, su salida de la región supuso un alejamiento inevitable. En París, encontró una identidad cuando menos suficiente para satisfacer sus necesidades emotivas, artísticas y económicas aunque en algunas épocas pasara penurias en los tres sentidos.

La exposición de Madrid apenas tuvo eco en la prensa de Santander. El 25 de marzo de 1915, ya clausurada, una crónica enviada por Santiago Arenal daba cuenta de ella en ‘El Cantábrico’ nombrando sólo a Luis Bagaría y a Gómez de la Serna, y participando del ensañamiento:

FRIVOLIDADES — Caprichos estéticos

Tengo un gran respeto para toda clase de procedimientos estéticos por atrevidos que sean, por audaz que sea la forma en que se presenten, por iconoclastas que sean sus manifestaciones. Pero esa tolerancia cortés, aprendida á fuerza de disciplinar el espíritu, no llega á tanto— ni es tan fuerte— que me impida en ciertos casos, poner un gesto de extrañeza ante exóticas manifestaciones del arte.

Tal sucede ante la exposición que en el salón de Arte Moderno han celebrado estos días unos pintores futuristas, cubistas, ó íntegros como dice Gómez de la Serna, después de leerse —según declara— palabra pór palabra todo el diccionario. Aparte las caricaturas de Bagaría, ese mago de la línea rápida y precisa, que con cuatro trazos que parecen por lo sobrios y justos algo misteriosos, un tanto cabalísticos—juzgados aisladamente— y que en su conjunto nos dan idea absoluta, terminada, acabada, de la personalidad que representan, lo demás de la exposición nos deja anonadados, estupefactos, con una interrogación anhelante en el espíritu, y una leve sonrisa en los labios.

Aquellas montañas, aquellos ríos, aquellos simbolismos que necesitan una explicación prolija de los iniciados, nos deseonciertan. Realmente estos pintores “íntegros”, los llamáremos así y no cubistas para dar una satisfacción al amigo Gómez de la Serna, son unos humoristas admirables, unos burlones metafísicos, profundos, hondamente laberínticos. Vea el lector un caso y sé convencerá. Un señor visitante a la exposición permanece anonadado ante un cuadro que tiene por lema “Academias” y que consiste —¿en qué consiste?— en un conjunto do cubos de colores chillones, amarillos como limones, rojos como sangre, azules, etc. Y no se ve más. El caballero se entera que hay allí un pintor íntegro, no sé si expositor o amigo de ellos, y muy ingenuamente le pregunta:

-¿Dígame, y esto qué representa, qué es? Tenga la bondad de explicármelo.

Los concurrentes á la exposición escuchan atentos y la expectación aumenta considerablemente cuando el “íntegro” habla así:

—La idea de este cuadro desde su concepción hasta quedar hecho, ha permaneci
do en el espíritu de su autor ocho años, que representan días de inquietud, de tortura… y creo que un profano —como usted— para comprenderle necesitaría por lo menos cuatro…

La concurrencia —que todos los días ha sido enorme— rio de buena gana, y el señor muy compungido respondió:

—Pues renuncio a interpretar esta clase de pintura.

Hay cosas absurdas. Otras que tienen gracia. Una tabla se titula “Última hora” —y dicen que da una idea desoladora de la guerra-. En ella —en la tabla— se ve un paquete de algodón hidrófilo, unas cosas raras y una cuartilla que dice: Turpinita.
Un lienzo —”Madrid”— representa una mujer desnuda y á los lados unas cosas chillonas de color, inexplicables, insultantes, agresivas á la vista.

¿Por qué estos artistas, que podrían pintar cuadros normales que siguieran la tradición de los grandes maestros de la pintura española, se obstinan en hacer estas fantasías tan dislocadas? He aquí lo que nadie se explica, á pesar de la defensa que de esta clase de arte hace, en un prólogo que precede al catálogo de la exposición, el literato que en España ha querido seguir por algún tiempo las genialidades futuristas do Marinetti. Supone el aludido escritor español que los críticos no comprenderán esta exposición porque son “ciegos”, sordo mudos y mancos; que el público verá más que los críticos, “aunque el público es ciego”; y que los mismos escogidos son “o bizcos o tienen algún estrabismo, por más que no usen lentes por coquetería”. Sólo “los muy solitarios” comprenderán a los íntegros.
Para entretenimiento del público copiaré el último párrafo del prólogo, cosa que me agradecerá el amigo Gómez de la Serna, ya que divulgo sus peregrinas y misteriosas teorías. Dice así: “Poco importa esa incomprensión. Gocemos nosotros, los muy solitarios, las primicias suculentas, que ya en el porvenir, cuando hayan acabado en la pintura las improvisaciones, las oratorias, las cosas obscuras, embetunadas; neutras y pasmadas, cuando la maestría tradicional no suponga por sí sola ninguna virtud, sucederá que en los Museos que ahora nos aburren encantadoramente, que nos exigen asiduidad y nos seducen, pero dejándonos un fondo acre que callamos, estas obras íntegras serán la diversión y el consuelo que eviten esa jaqueca, esa parálisis parcial, esa neuralgia que provocaban antes los Museos y ante las nuevas cosas expuestas acreceremos todos los días la vida en vez de padecer el éxtasis angustioso, quieto y llano de ahora”.
Estas razones me parecen tan arbitrarias como los futuristas. Y la exposición tan absurda, por lo menos, como la leyenda que una vez leí en la taza en que me servía café con leche la patrona, la cual incripción decía así: “Gloria a Colón”.

Meses después, el 28 de julio de 1915, el diario ‘La Atalaya’ publicó un artículo firmado por ‘UN MONTAÑÉS’ que comienza justificando la tardanza y parece buscar una reparación por el desprecio de la competencia:

Un artista y una tendencia

De intento he esperado para trazar estas líneas a que se manifestarán todas las opiniones respecto a la exposición de ios pintores Íntegros qm tanto interés despertó hace unos meses entre los elementos cultos de Madrid atrayendo la atención sobre una artista montañesa a quien el anhelo de desenvolver sus raras aptitudes alejara de España desde bastantes años. Este voluntario destierro acabó por hacer de ella casi una extraña en su patria que puede decíres ignora su verdadera y sorprendente personalidad llamada quizá a chocar con una masa inerte de prejuicios, de ideas preconcebidas capaces de acobardar el ánimo mejor templado. Pero es María Gutiérrez Cueto una formidable luchadora; su tenacidad, su amor al arte, ardiente y desinteresado hasta el heroísmo, su espíritu independiente rebelde a toda claudicación, desdeñoso del éxito fácil y bastardo, le conquistaron pronto allá en la “Ville lumière” el respeto de cuantos artistas la conocían. Los mismos que encarnizadamente rivalizaban con ella, unas veces con vehemente entusiasmo, otras con acerbo rencor rendían homenaje ai mérito extraordinario.

Un crítico muy afecto al pintor mejicano señor Rivera, otro de los ex pintores, declara, en cuanto a la señorita Gutiérrez Cueto, que, de creer a sus compañeros de escuela, su talento es excepcional y es vergonzoso que su nombre no se repita por toda España con elogio y extrema admiración.

Habituada a Imponerse entre refinados inteligentes, no sentirá ella la comezón del triunfo vulgar y callejero; pero no deja el hecho de producir honda melancolía al señalar una de las fatalidades más características de nuestra patria: la indiferencia hacia aquellos de sus hijos que más prometen enaltecerla, cuando o el triste empeño en sembrar de abrojos un camino ya harto erizado mientras por un irónico y cruel contraste en ninguna parte se encumbra tal legión de medianías hasta saturarnos de mediocridad y miseria espiritual.
Sin embargo, ahora la crítica, salvo raras excepciones, ha pecado más de dudosa que de dura ante la orientación de sus obras presentes tan opuesta a la de otras anteriores premiadas en las exposiciones nacionales de 1908 y 1910. La opinión se desconcierta, pero comprende la dificultad de decidir frente a lo que parece un derrumbamiento de procedimientos consagrados como presintiendo la aurora de una fase del arte distinta de las que hasta el momento nos ha ofrecido… Futurismo, cubismo, no importa el nombre: lo eficaz es el anhelo de renovación seriamente emprendida.

Por otra parte, como dice con razón el señor Gómez de la Serna, estos pintores han sabido sacudir toda sujeción de escuela y el cubismo no representa ya en ellos sino una fórmula que ha evolucionado dibujando nuevos y amplios horizontes. ¿Se anticipa quizá esta tendencia demasiado a los tiempos y sobre todo a la cultura estética media de las gentes? Es posible: hállase nuestro gusto tan aferrado a la sempiterna refundición más o menos disfrazada de los modelos supremos que no nos atrevemos a admitir que lo que fue traducción espontánea pura y sublime de ideales hoy muertos o transformados no nos sirve para encarnar los que en el alma moderna palpitan, luchando por romper la estrecha cárcel de convencionalismos arbitrarios y rutinarios que a su entera manifestación artística se oponen.

¿Cuál hubiera sido la actitud de los contemporáneos de Pericles ante una catedral gótica? Y sin embargo ni la catedral ni el Partenón resultan absurdos para nosotros porque sabemos que responden a momentos distintos, porque conocemos el proceso realizado de una a otra concepción, proceso en el cual hay evoluciones y revoluciones sorprendentes. Hasta donde hubiera llegado el divorcia a no interponerse el Renacimiento es cosa difícil de prever, pero no cabe duda que si el arte ganó en el conocimiento de una fase antigua y admirable perdió en fuerza creadora, en originalidad fecunda, porque una falsa interpretación de las obras helénicas llevó a tomar lo accidental por definitivo, lo accesorio por esencial, lo externo y superficial por le íntimo y profundo… y es que a cada concepción nueva de la Vida debe corresponder un nuevo modo de expresión. La época actual tiene también su espíritu característico intenso, atrayente, fascinador, preciso es arrancarle su secreto, penetrar el sentido íntimo de ese momento fugitivo del devenir humano, más el artista verdadero, el artista pensador, atento a sorprender la revelación de las cosas en sí, siente que para esto necesita vivir de su propia savia sin buscar en eses fases antiguas primaveras maravillosas del Arte, sino lo más espiritual y recóndito al fin de agudizar sus facultades para la fina percepción de la que vive y palpita a su alrededor y devolverlo el mundo henchido, pleno de su propia alma.

No, no es vano afán de extravagancia, de notoriedad, no es un exotismo caprichoso y así lo reconoce José Francés al combatir, sin embargo, esta orientación, lo que lleve a María Gutiérrez Cueto, hacia esa senda áspera y extraña tan poco accesible al vulgo de ahora: es una severa conciencia artística. “Ella sabe profundamente lo que hace”, asegura un escritor que también sabe profundamente lo que dice. Ella ha bebido en todas las fuentes del Arte, ella ha pensado, sin tregua hasta lograr un dominio absoluto de la técnica pero rehúsa poner su maestría al servicio de lo que para su criterio artístico no tiene ya razón de ser. Ella ha comprado caro el derecho de ser sincera y lo es, magníficamente, sin vacilar en la afirmación de su verdad. No la censuremos por ello: la transigencia, virtud social excelente, puede resultar para el artista como para el investigador la más funesta de las debilidades.

Diego Rivera - Retrato de Ramón Gómez de la Serna.
María Blanchard - 'Desnudo'
María Blanchard - Título desconocido.
María Blanchard - ¿'Madrid'?.
La Ilustración española y americana.
Vista de la exposición en la sala Kuhn - El Heraldo de Madrid.

Notas

Notas
1 Un relato bien documentado de las relaciones entre María Blanchard, su amiga Angélica Beloff (ambas conocieron a Diego Rivera durante un viaje a Brujas; Angélica y Diego se casaron en 1911 y se separaron en 1921) y otras amistades de la época, se encuentra en la tesis doctoral de Esther López Sobrado Pintura cántabra en París (1900-1936). Entre la tradición y la vanguardia (Universidad de Valladolid, 2012).
2 ’El popular’, 12 de marzo de 1915.
3 La atribución de los títulos a los cuadros de la exposición y su correspondencia con el catálogo resultan confusas en las fuentes de la época y en lo estudios posteriores que he podido consultar.
4 María falleció en 1932 a causa del exceso de trabajo y la tuberculosis. Su hermana Aurelia sería asesinada por los golpistas en 1936.