Viaje al presente

“La navaja de Occam (fragmento)” – ©Jesús Ortiz

Creo que estoy de acuerdo con Umberto Eco en que el viaje en el tiempo es ontológicamente imposible. Hay que ser otro para abandonar la línea propia, la protección (o la tiranía) de Cronos, sin romper el hilo de la conciencia, por flexible que este sea. Ígor Nóvikov dice casi lo mismo de otra manera, aunque lo suyo recuerda más a una partida de billar en un garito. (Eco también dice que traducir es decir casi lo mismo. Más allá, hay paréntesis.) El tiempo es tan simple y complicado que parece un escenario en el que cada uno (cree que) construye su propio laberinto. Es otra manera de decirlo que no cambia nada. Cada definición es un malentendido. Es mejor tomarlo como un juego de juegos. Cada malentendido es una restricción que estimula el gusto por la ciencia ficción injustificable, jocosa, paródica, la más seria, esa que puede recordar por nosotros lo que queramos al por mayor y permite perpetrar momentos y discursos como este íncipit que voy a abandonar enseguida a su suerte, incluso dejándolo sin fronteras, para hacer materia de esas cajas opacas de la fotografía. (¿He dicho opacas? (Un paréntesis es una grieta en el tiempo. Suena la máquina de ‘Doctor Who’.) El mundo cambia muy deprisa. El caso es que, de repente, me parecen más bien translúcidas. Volvamos al presente sin olvidar la actividad inesperada en su interior:) La misma opacidad que las hacía evidentes y vulgares deviene, al ser nombrada, una leve pero suficiente insinuación de transparencia enigmática. (Recuerdan un poco a aquel taimado Prisionero Cero al que solo se podía descubrir mirando de reojo.) Esas cajas cerradas, numeradas y etiquetadas (como si fuéramos a comprobar los datos y aceptar la utopía de la Ley de Protección) están abiertas a todo. Están, sin duda, abiertas a toda la ciudad. El embrollo de cables que generan multiplica las probabilidades. La maraña inalámbrica es aún mayor: es más difícil perfilar la percepción oblicua adecuada. No es necesario ni oportuno hablar de telarañas: las arañas son tejedoras cartesianas; no merecen nuestro miedo. Ni de micelios, que pertenecen al reino de lo fascinante y enteógeno, pero que en esta ciudad solo invocan gnomos de jardín en el extrarradio. La correcta simetría de los miradores con los registros grises lo disfraza todo de inofensivo. Pero el sopor inquieto, pero los sueños, pero los peros… Todo es accesible para todas las personas, pero ¿alguien tiene un plano de los circuitos solapados, interconectados o no? ¿Alguien fue actualizándolo desde el primer trazado, quizá en los tiempos en que la propiedad era vertical y todo estaba muy claro? ¿Mantienen todos los recorridos, activos o no, las funciones y estructuras con que fueron creados o los cruces y encuentros han producido un sinfín de estados latentes, probables singularidades que en un momento dado se toparán con la interrupción adecuada? ¿Oiremos un gran ¡clic! cuando eso ocurra? ¿Será, por el contrario, un hecho silencioso y sin la parafernalia mesiánica de la tecnoficción acomodada? ¿Ha ocurrido ya y no ha pasado nada? ¿Ha sido parasitado por una inteligencia autónoma autogenerada o alienígena a la que importamos un bledo tanto como a los dioses los debates escolásticos sobre su silencio? ¿O tenemos que resignarnos a entender que esa potencia latente de memoria y transmisión (hay 20000 sensores y se van a poner más, pero la gran mayoría solo funcionan como escapularios) proclamada en la última década no es más que la barraca ritual (creadores de contenidos: así se autodenominan los sacerdotes) de las rentas de la especulación que nos ofrece un viaje a su futuro si hipotecamos el nuestro?

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El futuro pasado

Hemos esperado grandes cosas de esa promesa, pero no ha habido nada. Incluso me atrevo a afirmar que tantos sensores desplegados le han quitado sensibilidad a la ciudad

Portada de la revista Galaxy. Años 50.

Santander, ciudad leal y vanguardista, es parte de la Red de Ciudades Inteligentes. En su día, allá por 2011, la cosa tuvo mucho ruido mediático que llegó al clímax hacia 2014, cuando se dio por creada la infraestructura cuyas ventajas no hemos notado la mayoría de los habitantes.

Lo de Smart City está mutando a toda velocidad de concepto emergente a obsoleto. Ya es casi parte del futuro pasado -los Moody Blues me perdonen- de una ciudad empeñada en vaciarse en más de un sentido. Si extraemos la propaganda, la prometida aplicación de tecnología avanzada al funcionamiento de los servicios urbanos es una estructura de más de 20.000 sensores cuyo uso no pasa de anecdótico. Las farragosas explicaciones municipales afirman el reconocimiento en los foros del autobombo, pero los logros de la ciudad imaginada no parecen afectar la vida de los habitantes reales. Los hay de dudosa relevancia (podemos saber si en una zona hay alguna plaza de aparcamiento libre, pero no dónde está ni si seguirá igual cuando la encontremos) y alguna apuesta espectacular ha resultado un fiasco, como la medición y coordinación de la recogida de basura, que desapareció de las obligaciones del adjudicatario. Creo que el asunto está en el nivel de los superpuertos sin atracadores millonarios caídos del cielo o los parques industriales sin industria.

La tecnología aplicada a la vida urbana sirve tanto para que los automovilistas aflojen unos 12 euros cada vez que se asoman por Londres como para pagar peajes más baratos en Ámsterdam si se toman vías alternativas o calcular el impacto ambiental de cada kilo de residuos. O para ver las calles recién maquilladas de flores y pasado glorioso cuando acaban de despertar del botellón. O para que las grandes superficies y e-comercios le aburran con mensajes si pasa con el móvil geolocalizado por donde igual usted no quería que se supiera, lo cual será culpa suya por estar en la zona de peligro, ahí, justo al lado tonto de la grieta tecnológica, cerca de los que sólo saben usar el aparato para hablar mal de los que llegan en patera y ¡tienen teléfono! y ¡quieren televisores!, como si hubieran descubierto que aquí no se puede vivir sin esas cosas…

Los propios apóstoles del concepto y sus voceros (precarizadores de periodistas que sufren la especialización en innovaciones y palabras devoradoras de matices), dicen que se encuentra en permanente revisión, algo que debimos sospechar en cuanto supimos que se entrevera con la mercadotecnia sin solución de continuidad, forma parte de burbujas de todos los colores y, a veces, muchas, usa la demagogia de supuestas políticas de desarrollo que, como los monocultivos o la beneficencia, llevan años salvando al mundo del hambre, la guerra y la peste.

En su día, el señor De la Serna usó con orgullo la expresión ‘laboratorio urbano’ para definir el proyecto, y prometió dotar a Santander de un cerebro que gobernaría para el bien común todos esos tentáculos, ojos y rastreadores. Y nadie se sintió conejillo de indias. Sospecho que la inmensa mayoría de la población asumió sin problemas que todo laboratorio es bueno y que los experimentos erróneos producen superhéroes que corrigen los desastres. Hemos esperado grandes cosas de esa promesa, aunque algunos nos hubiéramos conformado con poder acceder sin complejos a algún disparate ciberpunk. Pero no ha habido nada: esto es muy aburrido.

Incluso me atrevo a afirmar que tantos sensores desplegados le han quitado sensibilidad a la ciudad. Ya: ya sé que nunca tuvo mucha, pese a la abundancia de galas florales. Pero quizá tengamos que empezar a pensar que se ha producido alguna forma de abducción. Sólo falta que algún humano abuse del concepto de rentabilidad en la programación de los ordenadores para que éstos se pongan a eliminar todo lo prescindible. Por ejemplo, los barrios humildes. Me dan ganas de pensar que el cerebro se puso en marcha en secreto, salió entre torpe y malo, y ha empezado la tarea organizando el falso metro.

Nota.- Mientras las nuevas tendencias en espejismos vienen con drones y largas panorámicas con fondos azul pádel, el sitio web de la página de ciudades inteligentes está tan atrasado como la idea oficial del progreso. Incluso figura todavía como alcalde el arriba mencionado. Pongo unos enlaces que considero dignos de visita:

http://santander.es/servicios-ciudadano/areas-tematicas/innovacion/santander-smart-city-%28ciudad-inteligente%29

http://www.smartsantander.eu/

Wikipedia: Redes_de_sensores_para_las_ciudades_inteligentes

http://www.redciudadesinteligentes.es/index.php/municipios/ciudades/61-santander

https://www.santandercitybrain.com/

https://blogthinkbig.com/smartsantander

https://www.innovaspain.com/santander-modelo-smart-city/

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