A John Wyndham no sólo debemos bellos párrafos en los que describió a Santander invadida por monstruos marinos. También es el descubridor de los trífidos, plantas carnívoras producidas por la ingeniería humana para obtener aceites baratos. El paso de un cometa o astro de características inexplicadas provocó la ceguera de la humanidad y una mutación en las plantas, de modo que la historia del mundo comenzó a resolverse en una feroz competencia entre los creadores, debilitados y en tinieblas, y los creados, que de pronto comenzaron a depredar cada palmo del terreno.
Me parece que la historia de “El día de los Trífidos” podría servir como representación del monocultivo. No me había acordado de ella hasta que supe de la jatrofa. Esa planta de nombre horrible seguramente es inocente en origen, pero resulta que su cultivo es barato, se adapta bien en diferentes terrenos y, mediante un proceso de transesterificación, se convierte en biodiésel. Estas características han hecho que la industria se fije en ella y empiece a proponerla como monocultivo en los países del tercer o cuarto mundo, ya he perdido la cuenta.
Todo parece indicar que, dadas las maneras con que el primer mundo suele aconsejar a los sucesivos, el asunto de la jatrofa puede convertirse en nueva fuente de conflictos y de empleo para militares y blackwaters. Por supuesto, en medio de las masacres, los medios de comunicación hermanados explotarán el lado inhumano del conflicto mientras ocultan cuidadosamente los orígenes del mismo, del mismo modo que pudimos asistir a la aniquilación de los habitantes de África central sin oir nunca en un telediario la palabra coltan, y aún hoy, mientras se mantiene una guerra sorda en la zona, la mayoría de la población occidental está convencida de que lo que se dirime allí son oscuras rencillas tribales. ¿Será que la gestión del mundo sigue las mismas pautas que en los tiempos de la United Fruit Company, cuando todas las repúblicas tenían que ser bananeras?