Hace años descubrí que John Wyndham había puesto nuestras costas en los mapas de la ciencia ficción. Desde entonces, cuando paseo por los muelles o cerca de donde estuvo el cuartel, a veces me acuerdo de esta batalla, cuya cita he vuelto recurrente. Quizá sea raro, pero creo que me hizo ilusión el ataque (¡qué terrores tan sencillos!) de los celentéreos en vehículos anfibios.
Por consiguiente, cuando, cinco noches antes, los tanques marinos se arrastraron por el fango, cruzaron la playa y subieron hasta Santander, no se encontraron solamente con una ciudad desprevenida, sino también carente de toda clase de información sobre ellos. Alguien telefoneó a la guarnición del cuartel que submarinos desconocidos estaban invadiendo el puerto; alguien también llevó la noticia de que los submarinos estaban desembarcando tanques, y alguien más contradijo la anterior información asegurando que los propios submarinos eran anfibios. Puesto que algo era cierto, aunque oscuro y extraño, los soldados salieron a investigar.
Los tanques marinos continuaban su marcha lentamente. Los soldados, cuando llegaron, se vieron forzados a abrirse camino por entre masas de habitantes en oración.
En varias calles, las patrullas llegaron a una decisión similar: si se trataba de una invasión extranjera, su deber era rechazarla; si se trataba de algo diabólico, la misma acción, aunque carente de efectividad, los pondría al lado de Dios. Abrieron, pues, fuego.
Después de eso, todo se había convertido en un caos de ataques, contraataques, partidismo, incomprensión y exorcismo, en medio de lo cual los tanques marinos se situaron para exudar sus celentéreos revolucionarios. Sólo cuando se hizo de día y los tanques marinos se habían retirado, fue posible salir de la confusión; pero para entonces habían desaparecido dos mil personas aproximadamente.
(…)
A la noche siguiente, vigilantes de varios pueblecitos y aldeas del oeste de Santander descubrieron marcas de tanques marinos dirigiéndose hacia tierra. Hubo tiempo de levantar a los habitantes y hacer que huyeran. Una unidad de las fuerzas aéreas españolas estaba preparada, y entró en acción con focos y cañones. En San Vicente volaron media docena de tanques marinos en su primer ataque, y se rechazó el resto. Los defensores consiguieron apoderarse del último de ellos cuando le faltaba pocos centímetros para sumergirse. En los otros lugares donde desembarcaron, las defensas se comportaron casi del mismo modo. No fueron soltados más de tres o cuatro celentéreos en total, y sólo una docena, aproximadamente, de pueblerinos fue apresada por ellos. Se estimaba que unos cincuenta tanques marinos habían tomado parte en la acción, de los cuales sólo habían vuelto a las profundidades del mar cuatro o cinco. Era una magnífica victoria, y el vino corrió en abundancia para celebrarla.